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\ Escrito el 24/10/2017 \ por \ en Artículos, Destacados \ con 2730 Visitas

“Cascada de las Ánimas”: El pulmón verde de la capital

A 63 kilómetros de Santiago se encuentra el Santuario de la Naturaleza “Cascada de las Ánimas”, al interior del mítico valle del Cajón del Maipo. Entre árboles, cordilleras y animales se inicia el rumbo hacia lo más recóndito de sus tierras, un lugar donde los pulmones por fin encuentran aire limpio. Por Daniela Silva El viernes 3 de febrero emprendimos nuestro viaje hacia San Alfonso, localidad donde se ubica el resort “Cascada de las Ánimas”. Junto a Juan Pablo Pimentel, compañero de vida y de viaje, escogimos esta zona para nuestras vacaciones por el entorno que nos ofrecía, que por cierto necesitábamos mucho. Después de acabar nuestro primer año de universidad en la Ciudad Jardín no habíamos tenido tiempo de irnos a disfrutar sin preocupaciones. Casi cuatro horas de viaje tardamos. El trayecto se hizo ansiosamente largo pero tenía bastante que mostrar. Alrededor de las 11 salimos de Viña del Mar e iniciamos nuestro trayecto por la carretera que nos llevó hasta la Región Metropolitana. El camino fue bastante monótono y parecía que no avanzábamos. De pronto, quienes iban a nuestro lado ya no eran autos sino buses del Transantiago de distintos colores, que tocaban la bocina insistentemente. Habíamos llegado a la ciudad capital. La población viñamarina es mínima ante los mares de personas que recorren las calles de esta gran ciudad, que pareciera que en cualquier momento va a explotar con tanta gente y autos. El aire es denso. Al bajar la ventana incluso me pareció sentir olor a metro, luego al mirar al cielo para nuestra mala suerte estaba nublado, lo que significaba que probablemente en San José de Maipo también lo estaría. “Esas no son nubes, eso es esmog”, me dijo Juan Pablo para animarme, pero en realidad me causó un poco de aflicción saber las consecuencias de la contaminación. El cambio fue rotundo cuando comenzamos a entrar al Cajón. Fue casi como salir de las tinieblas. Las carreteras se transformaron en caminos de tierra, los edificios en pequeñas casas y la multitud pasó a ser dos o tres lugareños que caminaban con sus animales. Lo del esmog era verdad, acá estaba soleado y no se veía ninguna nube cerca. Después de una hora manejando por el “Camino al Volcán” llegamos a nuestro destino. Un cartel grande en la entrada nos anunció que habíamos llegado a “Cascada de las Ánimas”. Junto con nosotros ingresa un grupo de jóvenes que venían completamente mojados y riéndose; los seguía una camioneta blanca que arrastraba una balsa amarilla de rafting, deporte acuático que suelen practicar tanto expertos como principiantes en el río Maipo. En el año 1995, este lugar fue declarado Santuario de la Naturaleza a causa de lo generoso de su territorio, el cual envuelve a todos quienes viven ahí en una diversidad de flora, fauna y caudales que muestran ante los ojos de sus visitantes un paisaje puro y natural. El ímpetu de relajo que se respira en el ambiente es un tranquilizante a la vena. Para los vecinos…

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A 63 kilómetros de Santiago se encuentra el Santuario de la Naturaleza “Cascada de las Ánimas”, al interior del mítico valle del Cajón del Maipo. Entre árboles, cordilleras y animales se inicia el rumbo hacia lo más recóndito de sus tierras, un lugar donde los pulmones por fin encuentran aire limpio.

Por Daniela Silva

El viernes 3 de febrero emprendimos nuestro viaje hacia San Alfonso, localidad donde se ubica el resort “Cascada de las Ánimas”. Junto a Juan Pablo Pimentel, compañero de vida y de viaje, escogimos esta zona para nuestras vacaciones por el entorno que nos ofrecía, que por cierto necesitábamos mucho. Después de acabar nuestro primer año de universidad en la Ciudad Jardín no habíamos tenido tiempo de irnos a disfrutar sin preocupaciones.
Casi cuatro horas de viaje tardamos. El trayecto se hizo ansiosamente largo pero tenía bastante que mostrar. Alrededor de las 11 salimos de Viña del Mar e iniciamos nuestro trayecto por la carretera que nos llevó hasta la Región Metropolitana. El camino fue bastante monótono y parecía que no avanzábamos. De pronto, quienes iban a nuestro lado ya no eran autos sino buses del Transantiago de distintos colores, que tocaban la bocina insistentemente. Habíamos llegado a la ciudad capital.
La población viñamarina es mínima ante los mares de personas que recorren las calles de esta gran ciudad, que pareciera que en cualquier momento va a explotar con tanta gente y autos. El aire es denso. Al bajar la ventana incluso me pareció sentir olor a metro, luego al mirar al cielo para nuestra mala suerte estaba nublado, lo que significaba que probablemente en San José de Maipo también lo estaría. “Esas no son nubes, eso es esmog”, me dijo Juan Pablo para animarme, pero en realidad me causó un poco de aflicción saber las consecuencias de la contaminación.
El cambio fue rotundo cuando comenzamos a entrar al Cajón. Fue casi como salir de las tinieblas. Las carreteras se transformaron en caminos de tierra, los edificios en pequeñas casas y la multitud pasó a ser dos o tres lugareños que caminaban con sus animales. Lo del esmog era verdad, acá estaba soleado y no se veía ninguna nube cerca.
Después de una hora manejando por el “Camino al Volcán” llegamos a nuestro destino. Un cartel grande en la entrada nos anunció que habíamos llegado a “Cascada de las Ánimas”. Junto con nosotros ingresa un grupo de jóvenes que venían completamente mojados y riéndose; los seguía una camioneta blanca que arrastraba una balsa amarilla de rafting, deporte acuático que suelen practicar tanto expertos como principiantes en el río Maipo.

En el año 1995, este lugar fue declarado Santuario de la Naturaleza a causa de lo generoso de su territorio, el cual envuelve a todos quienes viven ahí en una diversidad de flora, fauna y caudales que muestran ante los ojos de sus visitantes un paisaje puro y natural. El ímpetu de relajo que se respira en el ambiente es un tranquilizante a la vena. Para los vecinos resulta todavía habitual ser cordial y saludar a quien se cruce por su camino.
Al llegar a recepción nos dijeron que nos asignarían un guía para que nos llevara con nuestras maletas hacia la cabaña. Se llamaba Diego y debimos buscarlo. Cuando fuimos a su encuentro, aprovechamos de mirar y entrar a los otros recintos del lugar para organizar nuestro primer día. Tratamos de guiarnos con un mapa que nos habían entregado, pero era muy grande por lo que decidimos seguir nuestro instinto explorador y recorrimos los lugares que nos parecían más atractivos.

Está lleno de altos y frondosos árboles que con el viento mueven sus ramas de un lado otro produciendo un relajante sonido que parece música ambiental del resort, éste se mezcla con el cantar de las aves y el bullicio que produce el caudal del río que rodea el lugar. El cambio es evidente, se genera una melodía que hace imposible pensar que todo esto pertenece también a la Región Metropolitana, pasamos de bocinazos y un alboroto colectivo a un sitio donde pareciera que la serenidad se puede escuchar.
Tras encontrarnos con Diego, nuestro guía, que era colombiano, me percaté que en realidad todos eran muy amables en el lugar. Con la sonrisa con que nos hablaba parecía que nos conocía de toda la vida. “Acá adentro del mueble les dejo una linterna cargada”, nos dijo y en su momento no lo tomamos suficientemente en cuenta. Sabíamos que veníamos a conecta

rnos con la naturaleza, pero la verdad la cabaña tenía todas las comodidades de una casa, incluyendo luz: No necesitábamos nada.
Luego de haber pasado el día en la piscina e interiorizarnos con el que sería nuestro hogar por los siguientes cinco días, se nos hizo tarde. Decidimos ir a comer al restaurant que quedaba dentro del recinto –aún así eran 15 minutos caminando-, luego de haber comido se nos hizo de noche y teníamos que volver a la cabaña, pero al salir nos llevamos una no muy grata sorpresa.
Lo de la linterna tenía sentido, acá no encienden las luces en las noches porque no tienen, solo hay en el restaurant y las respectivas cabañas, por lo que en los caminos que hay que recorrer para ir de un lado a otro son oscurísimos. Como pude alumbré el camino con mi celular, la única luz que había sobre nosotros era la de las estrellas. Una vez más este sitio me conmovió, las noches eran aún más calmas y puras que el día, no había contaminación lumínica y lo único que se escuchaba era el río. Finalmente logramos llegar a la cabaña. Fue el doble de tiempo.

Al día siguiente, nos levantamos temprano porque queríamos realizar una caminata que empezaba al mediodía. Fuimos al domo de informaciones donde estaba el guía y más turistas que también se querían unir al recorrido. Estuvimos alrededor de tres horas en la excursión que cerro arriba nos permitió conocer dos cascadas y beber agua totalmente limpia. Fue cansador y sorprendente para alguien de ciudad. El cariño y el cuidado comenzaron a cobrar razón.
Los días siguientes hasta nuestra partida transcurrieron así, tal cual, con vecinos que nos saludaban amablemente cuando íbamos a comprar al único negocio que quedaba frente a la plaza, con sonidos armónicos de la naturaleza, perros que nos seguían a todas partes, agua y aire puro alejados por ahora de las garras de la contaminación. La desesperación latente de los lugareños se hizo notar, al encontrar en todas partes letreros que dijeran “NO A LA HIDROELÉCTRICA ALTO MAIPO”. Ellos quieren preservar esto que les pertenece.
El martes 7 de febrero volvimos a Viña renovados, luego de cinco días respirando aire puro. “Cascada de las Ánimas” logró dejar una huella en nosotros y probablemente lo seguirá haciendo en quienes se adentren en sus tierras indómitas de árboles y ríos. Sin embargo, su resguardo se encuentra bajo la amenaza de la contaminación y la sequía que podrían generar las hidroeléctricas que buscan instalarse en el lugar. Los vecinos seguirán luchando por la protección y conservación de este pulmón verde de la capital, el cual ofrece bienes naturales y abastece de agua potable a toda la región. Ellos seguirán luchando contra el poder político-empresarial que no se inspira en esos mismos aires.

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