\ Escrito el 10/05/2019 \ por \ en Artículos, Destacados \ con 1437 Visitas

¡Dejen de mirarme!: Cosplay en la calle

Por Fernanda Gárate.- Disfrazada, pude sentir desde vergüenza ante las miradas no disimuladas hasta alegría cuando alguien reconoce al personaje que caracterizas y pide una foto contigo.

Miradas de extrañeza y confusión me siguieron en todo momento desde que salí de mi casa. Incluso el recepcionista de mi edificio, me saludó con un alegre «buenos días» mientras se reía no tan discretamente.

Bueno, la verdad es que yo también me sorprendería si alguien vestido así pasara frente a mí: con una peluca rosada pálida exageradamente larga, lentes de contacto del mismo color y un uniforme típico japonés de un tono inusual incluso allá, morado. Mi nombre entonces era Gasai Yuno.

VIAJE INCÓMODO

Antes de salir de mi casa me entró el pánico. No quería salir así sola, así que le dije a mi novio que me acompañara hasta la Católica de Valpo.

— No, me da vergüenza. Yo no soy otaku — me dijo. Otaku, un término más bien despectivo que se usa para denominar a los fanáticos en exceso del anime. Lo miré un poco decepcionada, pero comprendiéndolo.

El conductor de la locomoción me miró, todos adentro lo hicieron también, algunos más disimulados. Nadie dijo nada, pero la mirada del conductor denotaba claramente su intriga, como preguntándose «¿por qué está así disfrazada?».

Luego de bajarme de ahí, me dirigí a pie hasta la casa central de la PUCV. En el camino, un par de hombres mayores pasaron a mi lado. Uno de ellos expresó en voz alta «qué linda». Yo seguí mi marcha, sin detenerme ni saber cómo sentirme.

Dentro del transfer que tomé en Avenida Brasil con dirección a Curauma -lugar de la sede en donde se encuentra periodismo- nadie me dijo nada tampoco. De todas formas, intenté, más bien inconscientemente, esconderme de todos mientras me iba a sentar lo más atrás que pude. Tantas miradas sobre mí me abrumaban y ponían nerviosa, más aún por el hecho de que en general soy más de pasar desapercibida.

PREPARATIVOS PREVIOS

Hacer cosplay es caro, incluso considerando que el que realicé era más bien simple. La peluca costó alrededor de 20 mil pesos chilenos, los lentes otros 10 mil. Ni hablar de la prenda en sí. Hay muchas personas que los confeccionan ellos mismos, algo que me hubiese encantado aplicar a mi experiencia, pero no tengo dedos para el piano, y hubiese quedado un desastre.

Por otro lado, ese día me desperté a las siete de la mañana para poder arreglarme de forma correcta el cosplay. Los lentes de contacto fueron lo peor (¿cómo lo hacen quienes deben ponérselos todos los días?). Tardé alrededor de 40 minutos luchando contra ellos. Pero sentí que valió la pena.

TE RECONOZCO

— ¿Qué hace Yuno aquí? ¿Hay un evento cerca? — me dijo una joven en la universidad. Yo me reí nerviosa y le dije que no. Luego simplemente seguí mi camino.

Esto ocurrió únicamente dos veces, momentos en los que me sentí enormemente feliz porque alguien reconociera mi disfraz, pero también abrumada, pues era como si esperaran algo de mí.

A pesar de esto, cuando una pequeña de más o menos quince años se me acercó mientras almorzaba para pedirme una foto junto a ella, no pude rechazarla, a pesar de estar envuelta en pánico. Se veía tan feliz y emocionada que me hizo sentir incluso menos vergüenza y más valentía.

Hubo un momento, también, en el que sentí temor: caminaba por Viña del Mar, conversando con mis amigas, cuando miré hacia mi derecha por puro instinto. Había una chica, con una máscara de estampado de calavera que le cubría la nariz y boca, que me estaba observando fijamente.

Estoy segura de que me había reconocido, pero no dijo nada. Solo me analizó detenidamente y luego caminó rápidamente lejos de nosotras. Quedé pasmada y sumamente asustada. Nos fuimos de ahí un rato después de eso.

¿POR QUÉ ESTÁS VESTIDA ASÍ?

— No pueden esperar que no me ría viendo cómo está vestida — dijo el recepcionista de la biblioteca del Edificio Monseñor Gimpert cuando fuimos a buscar un libro de inglés. — ¿Por qué estás así?

Me entró el miedo. Me estaba mirando como un bicho raro y se había burlado de mí en mi cara.

— Le hubieras dicho, ¿por qué se viste usted así? — expresó después Javiera, una de mis acompañantes, enojada. — Así me visto, ¿algún problema? le tenías que haber dicho — insistió.

Quizás tenía razón, pero no pude. En ese momento no pensé en nada más, y le respondí sinceramente, diciéndole que era por un trabajo de la universidad. A pesar de eso me siguió mirando extraño. Yo me sentí incómoda y fuera de lugar.

De hecho, no fue el único que me cuestionó esto. Pero los demás fueron más bien gentiles, curiosos. Él, en cambio, lo preguntaba como si fuera algo negativo, acrecentando mi vergüenza. Fue, en realidad, una de las únicas personas que me hizo sentir así ese día.

DEJEN DE MIRARME

Al final, lo único que quería era quitarme todo y volver a mi yo normal. La que pasa desapercibida y no la miran en todos los lugares por los que camina. Y realmente siento que ese es lo que más me incomodó de la experiencia, más que el hecho mismo de utilizar el disfraz.

Muchos incluso giraban sus cabezas solo para observar. Yo sabía que iba a suceder eso, pero no en tal medida, lo que hizo darme cuenta que en general, al menos aquí, Valparaíso y Viña del Mar, no estamos preparados para lo que sale de lo común.

Pocas personas fueron las que me preguntaron el por qué estaba así vestida. Preferían quedarse con la duda ¿por miedo a lo desconocido o simple narcicismo de sentirse superiores a aquello ajeno? Una pregunta que quizás jamás será respondida por completo.

Espero que eso cambie en el futuro y logremos ser más respetuosos con los demás, para que nadie se sienta inseguro e incómodo únicamente por caminar por la calle.