Viña del Mar: En la vida de una mujer hay muchos momentos importantes. Uno de esos, es el de la primera menstruación. Con ella, se abre una puerta a todo un mundo en nuestro interior por descubrir. La salud reproductiva y la educación sexual son fundamentales para el desarrollo de cada persona y por eso, llegado el minuto, debemos hacernos cargo de ellas.
Por Paola Toledo
Dentro de diversas narrativas, procedentes de la historia de los pueblos nativo americanos, encontramos los hospedajes lunares. En estos espacios, situados en las orillas de la comunidad, las mujeres se reunían cuando estaban menstruando. Las mayores, enseñaban a las más jóvenes a honrar la sabiduría y la potencia creadora que proviene del útero. Además, se transmitían conocimientos sobre sexualidad, reproducción y cuidado del cuerpo. Este era un lugar donde las mujeres se conectaban con su corporalidad y ciclo femenino.
El 24 de mayo fui a mi control anual con la matrona. La sala de espera del área de obstetricia y ginecología del Hospital Naval Almirante Nef, difiere bastante de los hospedajes lunares de antaño. Una hilera de sillas azules mira hacia un largo pasillo donde cada paciente debe llegar al box 3 para anunciar su llegada. Nadie se mira ni habla entre sí. La calefacción ayuda a escapar del frío del invierno que se aproxima.
Al entrar al box de preparación, la alegría de las enfermeras vuelve las planas y aburridas oficinas del hospital en un lugar lo suficientemente acogedor. Luego de pesarme (afortunadamente la cifra no es relevante), la encargada, una señora bajita, rellenita y dicharachera, me pregunta por qué estoy en el hospital de Viña si vivo en Valparaíso. Le comento que no tuve muy buena experiencia con la matrona que atiende allá. “Parece que es la misma, dame tu rut”. Mientras ella busca, una chica que hace su práctica anota mis datos. Como la suerte a veces no me acompaña, me atendería la misma matrona. Como la suerte a veces sí me acompaña, ella estaba con licencia.
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La primera vez que tuve que cuidar mi salud reproductiva, fui al ginecólogo. Abrumada, con dieciséis años y en compañía de mi mamá, entré en la consulta. No iba por pastillas ya que aún era casta (creo que es la mejor forma de decirlo) pero estas fueron necesarias. Los dolores eran insoportables y lo que debía llegar mes a mes, solo aparecía cada tres. Luego de esa visita siempre prefiero las matronas a los ginecólogos ¿La razón? El tipo quería que me realizara una ecografía transvaginal a pesar de saber mis antecedentes. En mi experiencia, las matronas son más empáticas.
El primer Papanicolau (PAP) ocurrió dos años más tarde. Mi mamá también estuvo ahí, como fiel compañera. En esa oportunidad, me explicaron que a partir del primer año desde la primera relación sexual, se debe realizar este análisis de manera anual. Gracias a él se puede descubrir en forma temprana, alteraciones en el cuello del útero que posteriormente puedan llegar a convertirse en cáncer. La matrona tuvo paciencia infinita para explicarme lo importante de estar tranquila, que no duele y cuál es el proceso del examen. Si no te llaman durante los primeros quince días, quiere decir que todo salió bien.

Las enfermeras dan vida a los pasillos del frío hospital. Foto por P.T
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Después de que la enfermera controla el peso, nuevamente hay que salir a la salita de espera. Llegué al hospital a eso de las tres de la tarde. Aproximadamente 50 minutos después sonó por el parlante “Paola Toledo, pasar al box 12”. Al entrar, me recibió Ana Aquea, quien estaba haciendo el reemplazo. Una cola de caballo recogía su cabello oscuro y unos lentes negros de marco grueso reposaban sobre su piel trigueña. Al principio, desconfié de su juventud. Debe tener aproximadamente 28 años. Bastaron un par de minutos para que reconociera su profesionalismo y buena disposición.
Como primera parte de la consulta, le conté el porqué de mi visita. No solo iba por el cásico PAP, quería cambiar mis pastillas ya que me estaban causando problemas a lo largo del mes. “Eso es porque tienen una dosis muy baja de hormonas, las vamos a cambiar por otras que tengan un poquito más”. Me explicó que a pesar de tener una mayor cantidad que las que ya tomaba, son porciones muy pequeñitas, en sus palabras, “no como las que tomaban nuestras abuelitas”.
Luego de eso, dijo “pasa a cambiarte al baño, hay una sábana rosada para que te tapes”. Entré al pequeño cuartito de baño y me di cuenta que cuando llegué, no advertí la puerta café que estaba al final de la oficina. Me reí al recordar que en el hospital que hay en Playa Ancha, la única privacidad la proporciona un pequeño biombo blanco.
Mientras me despedía de mis pantalones y con ellos de mi comodidad, pensaba ¿cuántas chicas habrán estado aquí solas y asustadas por primera vez? O peor aún ¿cuántas ni siquiera pisarían ese pequeño baño? solo por el temor a un simple chequeo o a la opinión de sus madres. Había escuchado muchas veces de mujeres jóvenes que preferían no tocar el tema en sus casas, solo para que sus madres no supieran que son sexualmente activas. Como si pasar el umbral de la primera vez te hiciera menos hija. Esta es la parte en que agradezco lo abierta que puede ser mi propia madre al hablar estos temas. A veces demasiado. “En esta casa no hay límites” rezonga mi hermana de vez en cuando. Quizás sea mejor que no haya, que crear muros entre nosotras.
La parte que sigue siempre es incómoda. “La colita bien al borde de la camilla” dice Ana mientras yo pienso “filo la vergüenza, ya estoy acá”. Es divertido pensar en los rollos mentales que uno se pasa en los minutos que dura el examen y darse cuenta que para los profesionales que trabajan en la salud, es algo tan rutinario. Ni siquiera le prestan importancia a acercarse así a una persona semidesnuda que vienen recién conociendo.
Caí en la cuenta de ello, cuando de la nada escucho a la matrona de lo más relajada “estoy mirando y se ve todo bien sanito”. Bacán, pensaba yo, pero sácame luego esta cosa. La situación era parecida a cuando los dentistas te conversan, pero no les puedes responder porque tienes la boca abierta y ellos están trabajando.
Finalizado el procedimiento, regresé al baño y al fin, a mis pantalones. Me comentó nuevamente lo de la llamada a los quince días y me dio una especie de cupón que ofrece un descuento en la compra de las pastillas. Dijo que volviera en tres meses y me dio una orden para exámenes de sangre para controlar mi colesterol, pero esa es otra historia.
La importancia de una red de apoyo que eduque y proteja a cada mujer es importante. La reactivación de los hospedajes lunares, de lugares de encuentro femenino para compartir conocimiento y cuidado, se vuelve vital en una sociedad pudorosa de su propia sexualidad. Además, la educación es fundamental. Sobre todo, en el sector público, ya que muchas veces es impensado para algunas personas acceder a otras fuentes.
En la guía de medicina preventiva, descargable en el sitio web del Ministerio de Salud, se recomienda la realización del PAP cada tres años en mujeres de 25 a 64 años ¿Qué pasa con las chicas más jóvenes? ¿Quién les enseña la importancia de cuidar su salud reproductiva? El temor y la desinformación en temas de salud, solo dejará de existir cuando se apliquen políticas que garanticen un servicio público de calidad. Sin embargo, son las nuevas generaciones las responsables de no permitir que esto se traspase a las siguientes.
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