Por María Ignacia Abarca.- Una fría noche de junio un grupo de deportistas se jugaría el todo por el todo para obtener el pase hacia la cita más importante en la categoría U17 a nivel mundial. Damaris, su capitana, no permitiría que sucediera lo contrario.
–¡Vamos Damaris! ¡El dolor es momentáneo! —gritó la tía Sol, mamá de la Damaris, instándola a superarse. Sonó la chicharra que daba el inicio a la parte final, todo el público estaba de pie, como si algo que no ocurría hace más de 50 años estuviera a punto de suceder en frente de sus ojos.
Con sus equipos puestos, las jugadoras de la selección chilena se encontraban como en tantas otras ocasiones anteriores en el camarín. Las partes técnicas ya estaban resueltas, entrenaron años para este momento y solo se decían a sí mismas que debían confiar 100% en sus capacidades.
–Si estamos aquí es porque lo merecemos, solo nos queda dejar a nuestro país en lo más alto y dar el paso que tanto esperamos—recuerda haber dicho Damaris, quien como capitana del equipo debía motivar a sus compañeras minutos antes del partido de sus vidas.
Comenzaba el juego y Chile se movía como siempre lo había hecho: tácticas seguras y precisas, corridas largas hacia el aro y una defensa rápida hacia Ecuador. Todo el primer cuarto se vio parejo, punto a punto, aplausos y suspiros, gritos y silencio.
Terminaba el primer cuarto, 16-13 ganaba Chile.
Comenzó el segundo tiempo con las mismas cinco jugadoras del cuarto anterior, no se les veía cansadas, pero en Ecuador algo había cambiado: dejaron el nerviosismo de lado, eran otras deportistas en cancha buscando sobreponer el marcador. Y así fue.
28-18 ganaban las ecuatorianas.
–¡Minuto arbitro!—gritaba Warren, quien en vista del bajo nivel demostrado por sus jugadoras tuvo que cambiar la táctica. Movió a cuatro de las cinco chilenas, la Damaris seguía en su puesto.
–¡No se confíen y muevan las piernas mierda!—se escuchó gritar a la Damaris desde lo más alto de la galería, con una voz fuerte y segura. Si había alguien ese día que no pensaba en perder, era ella, entrenaba los 7 días de la semana sin parar durante 3 sesiones dividas en 2 horas cada una. Sus abuelos y padres fueron un pilar fundamental en todo el proceso y ahora quería devolverles el orgullo.
Entraron a la cancha y sus caras ya no eran las mismas, pareciera que algo de lo que Warren les dijo en la banca hizo efecto en ellas. Pero todos sabíamos que había sido la Damaris. Desde ese momento corrieron sin parar, defendieron cuerpo a cuerpo y solo tuvieron tiros certeros.
Acababa el segundo cuarto, Chile ganaba 30-28 y los ánimos eran intensos.
Durante el tercer tiempo se jugó un partido punto a punto entre los dos equipos y nadie en galería movía los ojos de la cancha. Cuando ya solo quedaban un par de segundos, la intensidad le jugó una mala pasada a la capitana y su rodilla se volvió a quebrar luego de meses de recuperación. Desde el público sabíamos que sería una baja importante, nos sentamos.
Entró la kinesióloga a verla, no lloraba, pero sí se le veía adolorida y enojada. La Damaris es la base del equipo y sin ella las cosas no irían igual, especialmente cuando quedaban solo diez minutos para definir el paso al Mundial. La sacaron, no podía caminar sin ayuda ni menos correr, en ese momento el nerviosismo aumentó tanto para Chile como para Ecuador. Comenzaba el último cuarto.
El resto de las jugadoras chilenas se veían distraídas, preocupadas y con baja intensidad, no estaban seguras de lo que hacían y solo escuchaban a la Damaris quejarse de dolor. Pasaban los minutos y Ecuador se ponía arriba por 6 puntos, Chile subía de nuevo, pero no por mucho, las ecuatorianas iban por más.
Sorpresivamente la capitana se levantó. Dejó atrás los quejidos y pidió el cambio para entrar a jugar, tras ella estaba Warren deteniéndola, velando por su salud. Su cara era decidida, no podía ver a su equipo perder luego de años de esfuerzo y compromiso con el deporte
Restaba un minuto y unos cuantos segundos, eran las últimas oportunidades y la Damaris lloraba en cancha. Muchas veces se cayó y sus compañeras la levantaron, estaba grave.
50 segundos, Chile hizo un punto y quedaron solo a dos de diferencia.
10 segundos, la Jo robó el balón y quien la esperaba en el aro contrario era la Damaris.
No podía correr, lanzó desde la línea de 3 puntos.
1 segundo, encestó.
Algo que se veía tan cerca y tan lejano había ocurrido esa noche en el Polideportivo de Aysén. No hubo quien no llorara en ese momento, la Damaris cayó al suelo y todas sus compañeras se lanzaron por ella.
Esa noche la selección de chilena U-16 había hecho historia, fueron 50 años de espera para un hecho como este y quienes estábamos ahí supimos que la Damaris no era una niña cualquiera. Era un agente de cambio imponente sobre quien quisiera, nada ni nadie la pudo parar en ese partido.