Como chilenos estamos a la espera de que ocurra una catástrofe. Se supone que estamos preparados para enfrentar todo lo que venga. Sin embargo, en la ciudad puerto, la escena es diferente. Mientras unos entran en pánico, otros caminan como en una tarde de verano, confiando en que –como siempre- la alerta sea solo por precaución y no ocurra nada fuera de lo normal.
Por Solange Pascal
Bajé de la micro 901 en plena Avenida Argentina. Eran alrededor de las 18: 30 horas. Unas señoras que venían de reunión comentaban que casi se les había caído una lámpara encima y que por suerte estaban vivas. Crucé la calle sin entender qué pasaba, cuando las sirenas comenzaron a sonar estruendosamente. Fue como un deja vu. Me encontraba en el mismo lugar y en la misma situación de hace dos años: tenía que evacuar por una alerta de tsunami.

El sol escondiéndose y el mar en calma, mientras los habitantes de Valparaíso aguardan a que la emergencia se acabe. Foto: S.P.
Escolares y adultos comenzaron a correr, todos con el mismo propósito: llegar al cerro más cercano en un corto lapso. Me encaminé en dirección a Barón cuando choqué abruptamente con un niño y una señora con zapatos de taco alto. El rostro del primero trasuntaba pánico y en cinco segundos comentó que venía de Coquimbo, vivía en el cerro Los Placeres y no sabía hacia donde tenía que arrancar.
Por solidaridad, en una situación de caos, automáticamente nos convertimos en compañeros de evacuación. En el camino, la señora con tacos se quedó atrás, ya que por su calzado le fue difícil correr a nuestro paso. Mientras, unos arrancaban desesperados, unas mujeres de edad avanzada caminaban conversando tranquilamente, como si los años les entregaran el conocimiento suficiente como para saber que nada iba a pasar.
Mi nuevo amigo resultó llamarse Marcelo y ser estudiante de primer año de alguna ingeniería de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Graciosamente, se refería a sí mismo como “un mechón falso”, debido a que ya experimentó la vida universitaria estudiando psicología. Supuestamente, él, al momento de la alerta, tendría que haber estado en su casa. Sin embargo, su curiosidad lo obligó a bajarse de la micro e ir a ver el incendio que también estaba ocurriendo en el momento.
Con una estatura no superior a 1,65 metros, unos lentes que lo hacían parecerse a Harry Potter y una mochila negra en su espalda, el universitario parecía contener demasiado miedo para un solo humano. Desesperado, corría entre las personas, intentando no chocarlas, pero sin mucho éxito.
Al mismo tiempo, el oriundo de Coquimbo no paraba de hablar y tampoco había forma de calmarlo. Sólo eran tres cosas las que repetía constantemente: que debía avisarle a su mamá que estaba bien, que no podía llamarla porque la batería de su celular había muerto y lo sorprendido que se encontraba de que los porteños no supieran evacuar.
-¡¿Por qué la gente no camina por las calles?!- exclamó Marcelo indignado, intentando sobrepasar a un caballero que iba a pasos de tortuga. Evidentemente, aquello era imposible. Todos los vehículos iban a una velocidad que, de seguro, no era la permitida, intentando huir del centro de la ciudad. -No deberían arrancar con sus autos, se supone que en estas emergencias podemos usar las calles- agregó bajando de la vereda y comenzando a correr por la orilla.
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LA CONFIANZA PORTEÑA
La mayoría de los porteños, desconoce si alguna vez Valparaíso fue destruido por un tsunami. Los vecinos confían en el conocimiento popular que dice que debido a la geografía de la ciudad, sería muy difícil que una ola destruyera todo lo que hoy conocemos.
Del mismo modo, históricamente el Puerto ha sido arrasado por el mar una sola vez y fue por los movimientos del terremoto del 8 de julio de 1730. El remezón telúrico azotó a la zona central de Chile y provocó grandes daños estructurales, según detalla la carta de inundación que registró el Servicio Hidrográfico y Oceanográfico de la Armada (SHOA).
Sin embargo, con lo propenso que es nuestro país a sufrir desastres naturales, todos los que viven cerca de la costa debieran conocer los protocolos de evacuación. Tal como dice un refrán popular “más vale prevenir que lamentar”, por lo que, a pesar de que la alerta se baje unos minutos después, en el momento, la única opción es correr.
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LA CALMA Y LOS MIEDOS
Subiendo por detrás del Jumbo que se encuentra en plena Avenida Argentina, los adultos mayores y los trabajadores del supermercado utilizaban la salida del estacionamiento para llegar a la zona de seguridad. Al contrario de hace dos años, cuando los habían dejado encerrados en los locales, esta vez caminaban como si debieran pedirle permiso a un pie y luego al otro. La calma no igualaba al contexto que se estaba viviendo.
Una vez en el mirador Barón, todas las personas conversaban de sus experiencias con el temblor y la posterior escapada. Unas señoras con uniforme azul y blusa blanca reían por cómo una de ellas se había abrazado a su jefe, debido a que el edificio era antisísmico y porque el movimiento la asustó demasiado.
Con mi compañero de emergencia nos quedamos observando el humo del incendio, que aún se encontraba activo en el centro de la ciudad. Por mientras, él -usando mi celular- intentaba comunicarse con su familia y sus compañeros de departamento para que no se preocuparan.
Al mismo tiempo, en el lugar se vivía una tranquilidad y expectación que solo podía entregar la vista que posee ese mirador. Unos cansados rogaban que la alerta se bajara lo más pronto posible para irse a sus casas; otros observaban maravillados el atardecer y esperaban comprobar si realmente el mar se había recogido, dando la impresión de que querían ser los primeros en comentar que venía la ola.
Media hora después de la alarma de tsunami, uno de los tantos jóvenes que se encontraba en el lugar gritó fuertemente que ésta ya se había bajado. El alivio invadió a cada uno de los que estaban ahí. Ahora podían irse a sus casas tranquilamente, juntarse con su familia y olvidar la estresante experiencia de la evacuación.
Bajamos en dirección a Yolanda, para así tomar micro hacia nuestros hogares. A un costado de la calle había escombros que evidenciaban lo fuerte que fue el temblor que antecedió a nuestra travesía. El océano se veía calmado, completamente distinto al miedo que provocó.
Una vez que la alerta se bajó, todo volvió a la normalidad. El sol finalmente se escondió en el horizonte. Los buses volvieron a su recorrido por Avenida España. Las personas descendieron del cerro para ir a sus casas. El incendio finalmente fue controlado. Todos volvieron a sus vidas, aceptando el inminente peligro al que están expuestos constantemente quienes son de Valparaíso. Ellos confían, se entregan a la seguridad geográfica del puerto y esperan que el amago de que un día el mar arrase con todo solo sea eso, nada más que una amenaza.
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