Desde fotografías de carnets en las murallas, una gran cantidad de souvenirs en vitrinas, rayados de los comensales en las mesas, hasta una bomba de la segunda guerra mundial colgada en el techo, este mítico restorán se ha convertido en una parada indispensable de quienes visitan Valparaíso.
Por Pedro Berho Fuenzalida, Luis Emilio Cuadra Santana y Fernando Hermosilla González
El puerto principal, aunque mucho ha cambiado desde sus tradiciones de antaño, sigue siempre vigente. Plagado de una riqueza incalculable, el Jota Cruz se esconde en uno de los infinitos callejones de la ciudad, ofreciendo además de comida, una nutrida historia y un sinfín de elementos que siguen dando vida a este lugar único y nuestro.
Una picada con historia
El J. Cruz, que nació hace 41 años y que sigue activo hasta el día de hoy en la calle Condell #1466, vio sus primeros pasos como un sitio donde los estudiantes iban a pasar el rato, bebiendo alcohol en las ventanas que brindaban sus horarios o al término de la jornada.
Como dice su propia página web www.jcruz.cl, para que los jóvenes que asistían al lugar no se embriagaran rápida y fácilmente, se creó la famosa chorrillana. Esta consiste en un plato con papas fritas, cebolla, huevo frito y carne (de vacuno en este caso), que puede ser para dos, tres o cuatro personas y que, además, es el único plato que se come, sin tener carta de productos.
Es de esta forma que la picada se convirtió en un clásico de Valparaíso que, tanto estudiantes, porteños y turistas, tienen como uno de los panoramas típicos de la ciudad puerto, ir a probar las tradicionales chorrillanas que tan famosas se han vuelto, no solo en Valparaíso, sino que también en las otras ciudades e incluso en otras regiones.
Debido a que el arriendo del antiguo local ya no se podía seguir financiando por sí mismo por altos precios de arriendo, abrieron otra sucursal en calle Freire que gracias a este, luego de haberse adjudicado un fondo Sercotec, pudieron mantener de buena forma el primer J. Cruz y, a su vez, el nuevo local que trae las mismas temáticas que el antiguo.
Museo de recuerdos
Aunque sea reconocido como un restorán típico, el interior de la edificación posee más que solo chorrillanas. Es más, el atractivo criollo y simple es el que llama la atención y lo define como uno de los más clásicos lugares para comer en Valparaíso, sobre todo con una comida tan simple.
De todas formas, tiene un condimento adicional: el entorno. A diferencia de cualquier establecimiento ordenado, este destaca por la libertad que otorga al comensal. A lo largo de las mesas, cada visitante firma con su nombre y la fecha del paseo. Además, el que anda con una foto tamaño carnet aprovecha de pegarla donde más le parezca oportuno, incluso en las reliquias más sagradas del lugar.
Sobre ellas, J Cruz posee misiles de la Segunda Guerra Mundial, colecciones de tazas y múltiples cuadros, entre otros. Cientos de recuerdos de una ciudad que ha pasado de todo. Estanterías llenas de memorias que no se irán nunca y que, para los foráneos que llegan a comer, le dan sentido al lugar.
Y no es para menos, si cada artículo es un pedazo de Valparaíso: objetos rescatados de sus casas o donados por los clientes que frecuentan el local, de inmigrantes porteños o lujosas y de valor, todo es adquirido en la mismísima ciudad puerto. Por esto, es común visitarlo y escuchar repetidas veces a los nuevos parroquianos decir cosas como: “en mi casa había un reloj igual a ese” o “mi abuelo tenía este mismo platón”.
Comedor Social
Al tratarse de un comedor que comenzó como un local donde los estudiantes iban a pasar el rato con una cerveza entre o después de clases, el J. Cruz tiene un ambiente especial de compartir y reír. Allí se solía ir para hablar de las materias, de la vida amorosa o de cualquier tema que a sus embriagados clientes se les pasara por su cabeza. Así, con los años, las mesas fueron ocupadas por familias, parejas, turistas y trabajadores que se unieron a esta clientela, todos ellos con historias y anécdotas que contar con una chorrillana en medio.
Y es que este plato es especial. Tiene la particularidad, al igual que el local, de ser un plato social. Entre dos a cuatro personas se van peleando amistosamente por la mejor papa frita, el mejor pedazo de carne o la mayor cantidad de yema de huevo mientras se van distrayendo con una buena plática y el contexto más porteño que se puede tener.
Todo este buen ambiente se acompaña con música en vivo al más puro estilo porteño. Clásicos boleros al ritmo de una guitarra acompañan la mirada fijada en todos los recuerdos que se asoman por las alturas. El artista de turno no ostenta un escenario, va tocando de mesa en mesa su mejor repertorio para luego hacer el recorrido de vuelta pidiendo aporte a la música porteña que representan, y lo hacen bien.
Es como dice su slogan: si va a Valparaíso sin visitar al J. Cruz, entonces no va a Valparaíso. Esta frase, que se le atribuye al actor Roberto Poblete, tiene mucho de cierto. Como no si, por todo el museo que tiene dentro, ir al J. Cruz es ir a Valparaíso. Se trata casi de un espacio público más, tan emblemático como puede llegar a ser una plaza o el puerto mismo, y se le ha escuchado en varias ocasiones a su dueño, Víctor Suárez, que el lugar ya no es de su propiedad, sino que le pertenece a la ciudad.
Un aprendizaje en terreno
La oferta gastronómica y la riqueza histórica del lugar hacen que éste tenga tanto su sello sociocultural, como también su parte pedagógica. A diario no solo recibe a estudiantes que van a beber y comer, o a grupos de amigos y parejas que repletan las mesas, sino que además día a día son incontables los escolares que, acompañados de sus profesores, visitan anonadados el restorán.
Niños y adolescentes de entre diez y dieciocho años comúnmente llegan con sus uniformes que delatan la colegialidad de dichos clientes. Siempre con un grupo de adultos a cargo, escuchan lo que éstos les cuentan de lo que significa el Jota Cruz en Valparaíso y de las infinitas historias que el mismo alberga.
Los alumnos miran asombrados la cantidad de decoraciones y elementos visuales dispuestos por doquier, lo que los hace conocer aún más la identidad porteña. Sumémosle a lo anterior la buena disposición de los empleados, que además de socializar siempre con los niños, cuando no están atendiendo u ocupados, agarran una guitarra y hacen música en vivo para el público.
Es así como todo el que pisa este lugar emblemático del puerto recibe, además de una rica comida, bebestible y un buen ambiente, un entorno que representa un contacto directo con el patrimonio cultural de la ciudad de Valparaíso. No por nada es de los restaurantes más famosos de la región, con la chorrillana más popular, al mismo tiempo que goza de una masiva clientela que ya ha hecho que el Jota Cruz quede guardado en la historia y en el paladar de todo porteño.