\ Escrito el 26/04/2019 \ por \ en Artículos, Destacados \ con 1199 Visitas

La Calera: La inclusión bajo el alero valórico

Por Constanza Pinilla.- Motivada por la historia de dos amigos que sufrieron bullying durante toda su etapa escolar, quise convertirme en Isidora González Tapia, una tímida muchacha de 14 años que sufre de hipoacusia desde su nacimiento. Amelia, mi mamá, es profesora en el Colegio San Gabriel de la Rivera, y gracias a ella y al equipo directivo, tuve la posibilidad de ser parte de un primero medio durante dos días.
Me puse el uniforme e inmediatamente resurgieron todos los recuerdos de mi niñez. Alcé la vista hacia el espejo y, ante él, rememoré esos días en los que la ingenuidad era mi mejor aliada..
Íbamos raudas en el auto con mi madre a las 7:15 de la mañana. Memorizaba toda la información que tuve que crear acerca de Isidora, pues sospechaba que los alumnos realizarían un arduo interrogatorio y que, incluso, serían mejores periodistas que yo.
–Ya llegamos –dice mi mamá– ¿estás lista?
–Sí, vamos.
–Bájate rápido para que no vean que llegaste conmigo –agrega nerviosa.
Primer día de clases
Caminé sin titubear hasta las oficinas del establecimiento. Inmediatamente, sentí que ojos ajenos se posaron sobre mí porque, claro, solo la directiva del colegio sabía mi plan, el resto no me había visto nunca.

La coordinadora fue la encargada de presentarme ante mis compañeros. Me senté adelante, al lado de un alumno llamado Aníbal, del que recibí un “hola” bastante afectuoso.
Las dos niñas que estaban atrás me hablaron de manera afable, por lo tanto, desde ese momento me invadió una melancolía: estaban siendo bastante simpáticos conmigo y era angustioso pensar que todo esto era para un reportaje.
–¿Por qué estás aquí? –preguntó una de ellas.
–Es que a mi mamá la trasladaron de trabajo y vine por dos días para saber cómo es el ambiente aquí para así cambiarme el próximo año–afirmé.
–Entonces, ¿de dónde eres?
–Soy de Valparaíso –agregué– ¿puedes hablar un poco más lento? soy sorda.
–Sí, obvio.
Eso es un pequeño prólogo de la gigantesca historia que tuve que inventar acerca de ella. Una joven que sufre de sordera desde su nacimiento, que tiene un hermano mayor y que su mamá es funcionaria en el banco. Con todos estos antecedentes, ninguno de ellos sospecharía que esto era falso.
Su realidad no es ajena a la de cientos de niños chilenos que a diario conviven con esto. Si bien no existen datos estadísticos contundentes, estudios de la Pontificia Universidad Católica de Chile, señalan que 1 a 2 de cada mil niños puede nacer sordo.
Interés caótico
Estaban preparando los bailes para la semana dieciochera, así que fuimos al patio. Sentada en una banca, veía cómo ensayaban de forma entusiasta, sin embargo, bastaron un par de minutos para darme cuenta de que mi presencia era mucho más interesante que la danza. Fue un alboroto. Todas las niñas se acercaron con la intención de conocerme.
El interrogatorio era cada vez más persistente. De vez en cuando, tenía que pedirles que hablaran de manera más pausada, a lo que accedieron de inmediato. En ese instante, percibí que mi discapacidad les resultaba indiferente, ya que solo les interesaba intentar entablar una conversación conmigo.
Dominando la tensión
El audífono que tenía puesto para resaltar mi capacidad especial no fue objeto de miradas extrañas. No obstante, mis características físicas sí lo fueron, pues algunas compañeras observaron detenidamente mi similitud con la hija de la profesora Amelia.
Escuché que muchas de ellas hacían referencia al increíble parecido entre Isidora y Constanza y fue, en ese momento, cuando pensé que me descubrirían.
–¡Isidora! eres igual a la hija de la profe –exclamaron las chicas– nosotras la seguimos en Instagram y por eso la conocemos.
–Lo que pasa es que Amelia es mi tía y Cony es mi prima –respondí nerviosa.
–¡Con razón!
En ese momento sentí un gran alivio, ya que la inocencia hizo que no sospecharan que realmente era yo y no Isidora la que estaba parada frente a sus confusos rostros. No obstante, fue la profesora de lenguaje la que realmente dudó. Me había visto por fotos en el Facebook de mi madre, así que pude percibir cómo sus ojos incrédulos no apartaban la vista de mí.

Nuevas sensaciones

Llegué con las mismas ansias que el día anterior, pero sentí que la recepción no fue la misma. Algunos de ellos ignoraron mi presencia, sin embargo, Aníbal fue el único que realmente se preocupó de que me adaptara en las inmediaciones del establecimiento. Él, al igual que el resto, estaba consciente de que solo estaría dos días, pero la cordialidad era su mejor característica.
Todo eso creó una marea de sensaciones en mi mente. Les había dicho que el motivo principal de haber estado con ellos era barajar la idea de cambiarme ahí de manera oficial, por lo tanto, constantemente me preguntaban cuál sería mi veredicto. Se estaban ilusionando conmigo, lo que reafirmaba mi idea de que el ser sorda no era un argumento de inferioridad.
La forma en que me acogieron hizo que se me olvidara que tenía un audífono y que sufría de hipoacusia. A pesar de que los nervios me atormentaron, estos fueron desapareciendo con el paso de las horas, puesto que el ambiente hospitalario que existía en el aula de clases cambió por completo mi visión anterior.
Descubrí que, la mayoría, intentó indagar en mi vida, con el propósito de encontrar en mí a alguien con quien compartir gustos y afinidades. Aníbal resultó airoso, pues fue inevitable disimular su rostro emocionado cuando le comenté que también me gustaba la serie Breaking Bad.
Me sentí semejante dentro del curso. Pude comprender el modo en que estos estudiantes se desenvolvían ante la adversidad y que, a pesar de que estén en una etapa difícil como es la adolescencia, poseen un razonamiento sensato.
La familia cultiva valores trascendentales como el respeto al prójimo, los que en el colegio se fortalecen. El acoso escolar no sería tan frecuente si se enseñara que todos poseemos diferentes características y que respetar a las personas que nos rodean es algo esencial para el desarrollo humano. Asimismo, no existirían políticas de inclusión si todos acogieran naturalmente la diversidad.