En la lejanía del desierto y las alturas del extremo norte de Chile, la muerte es concebida como motivo de comunión, por lo que sus funerales están marcados por la música, los colores y un ambiente festivo que contrasta con la sobriedad de los ritos de las metrópolis centrales.
Por Denisse Espinoza.
Mientras el país continúa conmemorando Fiestas Patrias, en el norte de Chile un pueblo se prepara para realizar una especial celebración que convertirá este 22 de septiembre en un día único en que lo espiritual y lo terrenal se unen con magnifica gracia.
La temperatura supera los 28 grados y ni una pequeña brisa permite liberarse del calor, sin embargo, esto no impide que cerca de 90 personas se reúnan bajo los intensos rayos del sol de La Tirana para brindar el último adiós a Fresia Suárez Peña, mujer de 92 años que pasó gran parte de su vida en el pueblo y acaba de fallecer.
El lugar más cercano que cuenta con Hospital y Servicio Médico Legal es Iquique, por lo que todos los muertos deben viajar hasta la capital antes de ser enterrados en el cementerio de su localidad.
En esta población de la Pampa del Tamarugal no viven más de tres familias por cuadra y son, en su mayoría, personas de tercera edad. Esta situación potencia que la comunicación sea fluida y que se unan rápidamente si algún vecino los necesita.
Por eso, mientras a 72 kilómetros de La Tirana los familiares realizan trámites propios de un fallecimiento, en el pueblo la noticia ya ha sido conocida y los lugareños no tardan en reunirse en la casa de Fresia para organizar con espectacularidad el rito mortuorio venidero.
“Se alentó pa’ irse no más. Estaba decaída y se vino a vivir a su casa porque quería morir aquí”, se escucha comentar a un habitante del pueblo de 82 años al que todos llaman Don Este.
– Tanto que molestó por venirse a su casa y todavía no se muere –recuerda el hombre que le preguntó un día a la anciana.
– Si poh, todavía no me quieren llevar los diablos –contestó ella con picardía.
“Me da pena, pero hay que echarle pa´ vivir 90 años”, reflexiona distendidamente Don Este.
En otro lugar, hablar tan fríamente de la muerte sería considerado de mal gusto, pero al interior del extremo norte de Chile se permiten conversar sin eufemismos sobre un tema que es el tabú de nuestros tiempos.
Al contrario, estas comunidades conciben la defunción como un simple cambio de materialidad, como el paso final de la vida terrenal a la espiritual. “Ella sabía que su hora iba a llegar, por eso se pasó los últimos días celebrando, bailando, salía pa´ todos lados. Ahora, hay que despedirla como corresponde”, dice un anciano para animar el lugar.
La preparación
La tradición aymara cuenta que cuando las personas sienten que su fin está cerca, no se equivocan. Es más, se lo hacen saber a sus cercanos, se despiden de ellos, les dan consejos e instrucciones sobre qué hacer con sus pertenencias, e incluso, en su funeral. En la pampa, la voluntad del muerto se respeta y el pueblo entero se compromete para que así sea.
Mientras algunas mujeres limpian y decoran la casa, otras, las más cercanas, indagan entre la ropa de Fresia, buscando el mejor atuendo para su viaje. Una llamada telefónica les recuerda que la ropa había sido elegida: un vestido blanco regalado por uno de sus hijos y una cinta azul eran el deseo de la anciana.
“Ella siempre dijo que quería irse con los colores de la Virgen de Lourdes” -manifiesta con añoranza su hija Ernestina- “Pero el vesti’o ya es amarillo de lo viejo que está”, remata con voz fuerte la única mujer heredera. Todos sucumben ante la risa, dando paso a las anécdotas e historias que conmemoran a Chechita -como muchos le decían.
Por otro lado, algunos hombres se han trasladado hasta al cementerio para cavar el hoyo que dará refugio al cuerpo de la difunta. Acá las risas, ni los garabatos faltan. Quienes no tienen la capacidad para tirar pala, se dedican a hacer chistes y alegrar la jornada.
En las calles se ve a varias personas corriendo con coronas florales, mientras que una pequeña Diablada, baile tradicional de la zona, y su banda musical ensayan para ser parte del funeral.
El cuerpo llega
Todos se han instalados para dar la bienvenida a Fresia. Ella es la estrella de esta fiesta y sus cercanos no lo olvidan.
La puerta de la casa permanece abierta, en el living se instala el ataúd y en su cabecera flores y velas blancas. Alrededor, van las pocas sillas que hay en la casa, o cualquier implemento que sirva como tal, para que la gente tome asiento en el velorio.
De a poco, llegan las personas con comida, tarjetas de condolencias y arreglos. Se prepara ponche y almuerzo para todo el que quiera. La casa se hace pequeña para tanta gente y la calle se transforma en el mejor lugar para situarse.
La comunidad se esfuerza por amanecerse alrededor del cuerpo. La noche ha estado cargada de historias, recuerdos, risas y llantos, pero sobre todo, de unidad. A esta altura, ya no se sabe quién es familia directa y quién no.
La procesión
En el reconocido templo de La Tirana, que cada julio recibe a miles de peregrinos y turistas, ya se ha instalado la mayoría del pueblo. El cura realiza la misa y brinda las últimas bendiciones a Chechita. En la ceremonia, la música es primordial. Son letras cristianas acompañadas de sonidos andinos.
“Te entregamos Señor mío con respeto y humildad. De tus dones en la tierra, convertido en fraternidad. Quiso Dios infinito con este hecho todo cambiar, danos el pan y el vino por siempre con humildad…”, cantan fuerte a coro y el dolor se empieza a hacer latente.
La misa termina y el cajón sale a iniciar su último viaje. Es la despedida final, todos lo saben, por eso, los llantos y las caras tristes aumentan. El despiadado sol no da tregua y aumenta su intensidad. El riesgo de insolación y deshidratación es alto, pero eso a nadie le importa. Todos toman su lugar en impecable orden.
Al frente va la carroza con la protagonista de la fiesta, le siguen la familia y personas cercanas y luego, la banda religiosa. Generalmente, no hay Diabladas, pero ésta es una ocasión especial porque coincide con la celebración de la llamada Tirana Chica, así que también se suman. Al final, caminan las personas lejanas y los que deciden ir en auto, lo que sólo es permitido para enfermos y ancianos.
“Los muertos se despiden caminando”, recalca fuerte Juanito, viejo pampino que exige que las tradiciones se cumplan. “Así se hace el traspaso a la otra vida”, sentencia para explicar su orden.
La procesión lleva a Fresia a recorrer las calles del pequeño pueblo por última vez. Bombo, tambor, trompeta y zampoña rompen con el tradicional silencio de La Tirana y se conjugan a la perfección con los saltos de los bailares para estremecer el cuerpo de los caminantes. Ya no hay marcha atrás, el final está cerca.
El adiós
Mientras se entra al cementerio, el ambiente cambia. Se pone tenso y nadie evita llorar. Dios se hace presente y la tierra que se pisa se vuelve de otro mundo. La música se detiene y el ritual final comienza.
Antes de enterrar el ataúd, se dicen algunas palabras sin formalidad. Se cuentan anécdotas y se habla con la difunta, que hasta altura, se siente más viva que cualquiera de los presentes.
Hoy se despide a una mamá, hermana, abuela, bisabuela o vecina. Ver cómo ese cuerpo se hunde en la tierra es potente. Dan ganas de saltarle encima y devolver el tiempo. Negar que el último lazo físico, que te une con el difunto, desaparezca. Pero todos guardan sus sentimientos y simplemente se dice adiós.
Los pampinos hablan de muertos y no de fallecidos, de cajón y no de ataúd. Acá no hay parques exclusivos llenos de áreas verdes. Como buenos nortinos, los cuerpos sin alma de estos hijos del desierto son entregados a la pampa que los vio nacer y crecer, para que se fundan en ella y así vuelvan a ser parte de sus místicas raíces y del universo.
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