Por Diego Espinoza.
Valparaíso es una ciudad atípica, lo saben todos los que la recorren por lo menos una vez, los edificios patrimoniales, los paseos y miradores con vista a la bahía; pero también en contraste con todo eso hay una realidad que se esconde tras eso, una que se hizo visible en la última semana, la pobreza y el abandono en el que vive una buena parte de la población porteña.
El devastador incendio que consumió más de 2.000 viviendas y afectó a seis cerros fue un recordatorio de que el hombre no puede controlar la fuerza de la naturaleza. Lo vivieron el año pasado con el siniestro que afectó a Rodelillo, dejando un saldo de 130 hogares destruidos.
Pero el porteño es tozudo, aún no se apagaban las últimas llamas y ya estaba en los cerros ayudando a sus vecinos, lo mismo que los estudiantes, quienes fueron en masa para aportar en remover los escombros que dejó la tragedia. Cadenas humanas movían de un lado a otro lo poco que quedó en los lugares afectados.
La ayuda llegó de todos los sitios, desde el norte, el sur, de Santiago, todas las ciudades se abocaron en ayudar a los afectados de la ciudad puerto, aunque desafortunadamente la mala organización de las autoridades y los llamados a no seguir aportando han impedido que llegue a los damnificados.
El sentimiento en general es de dolor, pero todos se arengan entre sí, reafirmando el dicho que se escuchó muchas veces en los cerros La Cruz, Las Cañas, La Merced, Rocuant, Ramaditas, Mariposas, que los porteños son choros y pase lo que pase, se van a levantar.
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