No se trata de jóvenes provenientes de los sectores más periféricos de la Ciudad Jardín. Estudiosos, responsables y nacidos bajo el alero de unos padres profesionales y exitosos, la juventud ABC1 se ha transformado en el segmento que más marihuana consume según estudios del Conace. Eso sí, no cualquier pito merece ser prendido si detrás de ello no hay “calidad” que lo respalde.
Por Alondra Barrios.
Pese a que pasó con más pena que con gloria, la película “Normal con alas” mostraba sarcásticamente cómo dos alumnas de un colegio del barrio alto de la capital se las ingeniaban para vender marihuana en toallas higiénicas que vendían en el baño. ¿Cuál era el motivo? Sólo buscar un poco de diversión a costa de los extraños comportamientos de sus empaquetadas compañeras. Tal acto rebelde no fue muy bien visto cuando salió a la luz pública y las niñas involucradas sólo se llevaron uno que otro reto.
Sea en plan de broma o no, lo que sí es cierto es que la cannabis sativa hace tiempo que dejó de ser la droga que sólo abunda en los sectores más vulnerables de la sociedad. La historia ha dado un giro y en la actualidad son los jóvenes de clases más acomodadas -o ABC1- los que también han irrumpido en el consumo y autocultivo de esta planta, trasgrediendo toda barrera separatista de las esferas sociales más bajas.
La mayoría de estos jóvenes tiene una formación familiar potente, muy conservadora y católica, y jamás han pasado necesidades del tipo económico. Tienen ambiciones y metas que quieren concretar, principalmente en el ámbito académico. Sin embargo, cuando quieren darse un relajo después de tanto estrés, el fumarse un pito no viene nada de mal, mejor aún si se trata de distintos tipos de marihuana que sólo el círculo social en el que se mueven les brinda.
La ruta del pito
Apenas abre la puerta de su casa, la apariencia de Tomás (22) hace inferir que se trata del típico perfil de joven reñaquino. Alto, rubio, delgado y de ojos azules, este egresado de la Alianza Francesa comenta que la primera vez que probó la marihuana fue en un carrete a los 15 años. Amigos, litros de alcohol a destajo y una fogata en la playa fueron los elementos perfectos para acercarse a probar un pito y pasarla bien un rato. “Era verano y estaba muy borracho en la playa de Reñaca. Por el alcohol nos dio la huevada de agrandados y fuimos a conseguir hierba con un viejo que vendía. Desde ahí que no he parado”.
Es que a veces tan sólo basta un papelillo y un poco de cannabis para distender el ambiente y ponerse a tono en la juerga, en donde la temática es reunirse en torno a un discreto grupo que guste de un rato de “voladera”. Todos juntos como hermanos, al son de la música y conversaciones.
Como gran parte de ellos son universitarios, los fines de semana son las grandes instancias para descansar de la agotadora y exigente vida académica y distraerse de tanto estudio. Así lo señala el Coordinador del Conace de la Quinta Región, Álvaro Brignardello, quien sostiene que“la motivación base del consumo de marihuana en los jóvenes de esferas sociales altas es la de recreación. Lo hacen de manera grupal y asociados a contextos recreativos”.
Es sábado y Tomás, o “Huevo” como le dicen sus amigos por la forma de su cabeza, está solo en su casa. Sus papás están en Santiago y mientras pone música en su computador, señala que tiene ganas de fumarse “un cuete” y salir a carretear. El momento es ideal para invitar a un par de “amigos de la vida”, y hacer algo para matar el tiempo. Telefonear al que vive más cerca es un buen comienzo.
Es que la modalidad es siempre la misma: cuando alguno de los participantes tiene la casa sola, se juntan en ese lugar. Ahí fuman tranquilos. Aquel sitio siempre es un barrio alto, desde Bosques de Montemar hasta Recreo. Luego del encuentro, se alistan para algún carrete, el cual puede ser en el mismo hogar o en alguna discoteca. Esto es lo más común.
Sin embargo, el vivir en un sector acomodado y consumir marihuana puertas adentro y de forma íntima no siempre resulta. Acorde a lo señalado por el Jefe de la Brigada de Antinarcóticos de la Policía de Investigaciones (PDI), Guillermo Gálvez, es muy común ver a la juventud de los barrios altos consumiendo en la vía pública, no distando mucha diferencia con jóvenes de poblaciones más periféricas, en donde un drogadicto se encuentra a la vuelta de la esquina. “Como saben que adentro de una disco no pueden fumarse un pito, salen del lugar y no los encuentras más allá de dos cuadras del lugar. Siempre hacen lo mismo”.
Pero a pesar de que en cierto sentido tanto los adolescentes de las poblaciones más populares como los de las más acomodadas frecuentan los mismos sitios para fumarse un pito de marihuana, los últimos tienen una ventaja enorme sobre los primeros: no cargan con el estigma social que sí le pesa a un joven que vive en Glorias Navales o Achupallas y que fuma “paraguaya” – mezcla de marihuana y pasta base-, pues estamos muy acostumbrados a relacionar la imagen del “volado” con la del joven flojo, delincuente y sin aspiraciones.
“Un chiquillo ABC1 que fuma marihuana es un desordenado, un Negro Piñera”, dice Brignardello respecto a la visión que como sociedad tenemos acerca de estos jóvenes. Jamás se podrían relacionar con la imagen de un futuro ladrón ni nada por el estilo. Ellos asisten a reuniones familiares, van a la universidad y son muy responsables con sus estudios. De más estaría decir que debido a la falta de oportunidades comienzan a experimentar con la cannabis sativa.
Su consumo es en gran parte algo netamente recreativo, ligado a las instancias de ocio y placer.”Ni ahí con andar angustiado. Fumo porque me gusta y me deja en la mega para carretear”, dice “Huevo” mientras abre la puerta. Es su amigo, el “Flaco”, que vive sólo a unas cuadras y que se une al encuentro. En un par de minutos el patio está impregnado de un intenso olor a cannabis mientras se escuchan los Rolling Stones desde la pieza del dueño de casa. La fiesta acaba de empezar.
Oferta variada
“No me gusta sentir al otro día que mi cuerpo no responde, por eso no fumo cualquier cosa”, dice Ignacia (19), estudiante de una universidad privada de la Quinta Región. Saca un cigarro y mientras cruza sus piernas al sentarse, parece ser lo que comúnmente se conoce como “pelolais”. Eso sí, de mina light no tiene nada. Con buenas notas en el colegio y en la universidad, probó la marihuana a los 13 años y con el tiempo se ha vuelto más exigente en lo que respecta al consumo.
Es que aún hay una gran brecha que no se ha podido derribar, pues si bien en los sectores populares abunda la marihuana prensada conocida como “paraguaya”, en las poblaciones adineradas los jóvenes reclaman calidad y diversidad en los tipos de cannabis sativa que compran. Como cuentan con los medios, tienen la gran oportunidad de acceder a un sinnúmero de tipos de marihuana, de diferentes especies, olores y sabores. A eso se refieren cuando hablan de calidad.
Quien tiene suficiente dinero puede darse el lujo de comprar otros tipos de marihuana, dejando de lado a la simple hoja. “Quieren probar nuevas variedades para tener más voladas mucho más largas”, dice Brignardello, quien además agrega que “como tienen mayor poder adquisitivo, van a consumir otras sustancias que tienen un costo mayor por todo el procesamiento”.
Hablar de los tipos de cannabis que abundan es algo que depende netamente de la demanda. Tanto Tomás como Ignacia coinciden en que la que más se mueve en los círculos que frecuentan, son la skunk, super skunk, G13, white widow, todas ellas con un alto nivel de tetrahidrocanabinnol (THC), componente activo de la marihuana y elaboradas en base a mezclas de cogollos de diferentes tipos. “Es que no sé. A mi me gusta harto la super skunk porque me deja en la ‘mega’. Como que fluye demasiado la imaginación y las sensaciones son bacanes, no como la G13, porque al día siguiente ando con sueño y eso no me gusta”, dice Ignacia.
Por su parte Tomás sostiene que “lamentablemente la primera vez que fumé fue paraguaya. Ahora que ya conozco más, me he puesto más exquisito y me gusta probar de todo tipo. Los sabores, olores y todas esas cosas, son lo que más me llama la atención”.
Tanto estudiantes de enseñanza media como universitarios acomodados saben que si bien el principal motivo que los mueve a fumarse un pito es el de entretenerse en los ratos libres, también saben que están muy seguros de no ingerir alguna sustancia nociva para el cuerpo. Es allí en donde hay otra ventaja en comparación a los estratos sociales más bajo: manejan mucha más información con respecto a lo que consumen. El Coordinador del Conace manifiesta que a través de los estudios hechos por dicha institución, han constatado que los consumidores de marihuana del sector abc1 adquieren las sustancias menos nocivas“porque hay un mayor nivel y manejo de información con respecto a las sustancias”. Y es debido a ello que dejarán de lado aquellas que resulten más perjudiciales como la pasta base o la paraguaya. Por lo mismo, el costo que tiene aquella hierba con mayor tratamiento, es más alto.
El papel del dealer
Sería errado creer que pese a que el consumo en las esferas sociales altas es transversal con respecto a las bajas, el microtráfico y consumo de drogas – no sólo de marihuana – a vista y paciencia de todos es todavía muy propio de las poblaciones más marginales de la ciudad. Sin embargo, los jóvenes que viven en Jardín del Mar y Reñaca se las ingenian muy bien para que en sus sectores existan contactos y mini plantaciones de la droga verde.
Entran en juego los famosos “dealers”, quienes son algo así como “los distribuidores de la droga”. La mayoría de las veces resultan ser estos mismos jóvenes, universitarios que venden la marihuana que cultivan en pequeños maceteros de forma casera y que la venden para autofinanciarse el mismo consumo de marihuana.
La gran pregunta es ¿de dónde proviene tanto tipo de marihuana? “Las semillas las traen desde Holanda y España, principalmente. Llegan a Iquique y desde ahí llegan hasta Viña del Mar. Pasan muy desapercibidas”, dice el Comisario Gálvez. Una vez que llegan a estos lados, ya sea por encargo o por generar una red de tráfico, lo normal es que en un grupo de amigos, uno se encargue de cultivar. Al menos así lo hace Tomás: “cultiva uno y después otro. Así nos vamos salvando”.
En tanto que también es habitual encontrar laboratorios clandestinos en los hogares, en donde se experimenta cruzando distintos tipos de cogollos, raíces y semillas para lograr una planta más potente al fumar. Sin embargo, tanto Tomás como Ignacia reconocen que en los círculos en los que se mueven no es común y corriente que se de el tráfico, debido a que son segmentos más cerrados.
Guillermo Gálvez comparte la misma opinión que los jóvenes según lo que le ha tocado ver a lo largo de su trabajo como Jefe de la Brigada de Antinarcóticos de la PDI. “No hacemos muchas incautaciones de tráfico, pero sí de consumo. Harto”. Es que los adolescentes, colegiales y universitarios, prefieren no relacionarse directamente con quienes traen los distintos tipos de drogas de otras partes del país y del mundo, pues tal como dice Ignacia, “hay de todo y tú nunca sabes con quién te vas a encontrar cuando compres ganja. Entonces por eso es mejor no correr el riesgo y recurrir al autocultivo, más seguro”.
Y si de correr riesgo se trata para probar nuevas sensaciones y nuevas voladeras, hay un precio de por medio. Por lo general, “la mano” – término utilizado para hacer alusión al paquete de marihuana que se vende – tendrá un valor acorde al tipo de marihuana que se venda. Ignacia dice que las de cinco mil pesos “alcanzan como para tres pitos”. En tanto que Tomás gusta de consumir G13 y lo mínimo que gasta son diez mil pesos, ya que señala que cuando se trata de cantidades más o menos grandes, lo mejor es comprar en vez de cultivar, porque “se necesita para el carrete”. Ha habido veces en que tanto él como su amigo, el “Flaco”, han hecho una vaquita entre ellos dos y otros más, llegando a gastar cien mil pesos en pura marihuana, puesto que el fin era pasar el 18 de septiembre a full con los amigos en una cabaña en Pichidangui.
Diversión, relajo, calidad y experiencias nuevas parecen ser los requisitos que la juventud de la clase alta de la Ciudad Jardín busca a través de la marihuana, formando parte del 6,2 % de consumo a nivel regional según estudios del Conace. Pues mucho no difieren con los estratos sociales más bajos, tan sólo puede ser la calidad que buscan, como si de un verdadero manjar se tratara. Si es cierto que la brecha de consumo ha dejado de existir hace harto tiempo, demostrando que el consumo de marihuana no discrimina ni colegio ni billetera.
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