No están en la televisión, pero la radio les ha abierto las puertas para triunfar y tener un sin número de presentaciones. Además, las redes sociales, que las manejan a la perfección, son las encargadas de dar a conocer sus trabajos y conciertos, pero ¿quiénes son estos nuevos cantautores? ¿Qué es lo que pretende esta nueva generación de artistas?
Por Catalina López Placencio.
La década del dos mil nos trajo un arte diferente. Nombres como Manuel García y Pascuala Ilabaca fueron encontrándose, de a poco, con el público que los buscó por mucho tiempo, pues resultaron ser la respuesta a la búsqueda de lo propio, de lo local. Lograron retratar lo que ocurre, escribiendo y cantando lo que ven. Su canto es reproche a la realidad, a esa frialdad que impera, a esa poca preocupación que reina en la vida de los individuos que alguna vez escuchaban música porque ahí era donde encontraban las respuestas a sus interrogantes de libertad.
No es correcto encasillar a una generación que está en pleno desarrollo, pero es inevitable. El ímpetu con el que tocan las cuerdas de sus guitarras y la temática social de sus letras han contribuido a que los conozcan como “Los cortacuerdas”, quienes buscan devolver la trova y el folk al sitial que perdió en los años setenta, pero a través de las mezclas con el rock, pop, jazz, y la fusión latinoamericana, entre otros. Los une la lírica de sus letras, el contenido de éstas y las fuertes raíces latinoamericanas que buscan potenciar día a día.
Ahora bien, aquí se presenta la primera contradicción. Ellos mismos cuentan que es complejo hablar de un movimiento, ya que no existe un objetivo común, ni del todo claro. Cada uno crea su música, cada uno la produce, cada uno genera su onda. Defienden su autonomía por sobre todo, tienen buena onda entre todos, pero de ahí a ser parecidos: imposible.
Del desierto a la cuidad
Uno de los rostros power de esta camada de artistas es Manuel García. Tiene una carrera consolidada. Desde la ciudad de Arica el trovador comenzó su coqueteo con la música a los ocho años, cuando tomó por primera vez una guitarra. Desde ahí, no paró. Su inquieta personalidad y su apacible rostro, lo llevan a inmiscuirse, más temprano que tarde, al mundo artístico.
Musicalizó obras teatrales, formó Mecánica Popular, banda que impuso un sonido distintivo en las líneas de la cantautora juvenil, ya que mezcló el rock urbano, la poesía y el folk. Trabajó incesantemente, hasta que en el 2005 lanzó su primer disco solista: Pánico. En cada canción, el nortino recoge su gran amor: la guitarra acústica.
Muchas de estas piezas son demostrativas de un mundo interior que impresiona, y claro, las letras fueron escritas por Gracía cuando tenía 18 años. El ariqueño reconoce que las canciones antiguas presentes en el disco son parte de un pasado que se hace vigente con su guitarra. Dice que para un músico el tiempo pasa diferente, no hay linealidad, hay vuelta al origen, hacía atrás.
Luego, en el 2008 lanzó su segundo disco como solista, titulado Témpera. Éste, lo llevó a consagrarse como uno de los artistas más populares del último tiempo, ya que obtuvo el Premio Nacional a la Música, que distingue a los artistas que se destacan por su aporte al desarrollo y consolidación de la identidad musical chilena.
En cuanto a las influencias es enfático en manifestar que la figura de Víctor Jara es determinante en su carrera, ya que admira su manera de enfrentar la vida, y eso, lo trata de plasmar en sus canciones. Por lo mismo, ser parte del proyecto tributo al fallecido artista, como único solista, significó tanto. Al respecto declara que ese hecho es un hito en su carrera, ya que cualquier ferviente admirador de Víctor quisiera tener el privilegio de interpretar sus letras, sus sentimientos.
La Violetaparrista
Una niña, de semblante angelical, voz dulce y sonrisa pura llama la atención de inmediato. Más aún, cuando su nombre es tan poco usual como Pascuala Ilabaca y toca el acordeón como los dioses, y sin quererlo, se transforma en la protagonista femenina de la historia.
Es oriunda de Valparaíso, y su llegada al mundo de la música no es casual. Estudió música en la Universidad Católica de Valparaíso. Desde allí, nacen varias obras que le abren paso a Pascuala le canta a Violeta, su primer disco solista que fue lanzado el 2008.
Se define como violetaparrista y está feliz de poder haber tenido la oportunidad de haberle cantado como homenaje. Su figura como mujer de folclor es recordatorio constante de la existencia de la suavidad femenina dentro de lo que es la música.
Admite su locura por lo desconocido, por la experimentación. Le encanta todo lo que sea nuevo, y más, si calza con sus ideales y su manera de hacer arte. Aclara que no pretende ser una Violeta Parra porque es una figura tan grande, con tanta consecuencia que da para vivir dos vidas. Le gusta el ímpetu que se está gestando por valorar lo local, dice trabajar todos los días por ello.
Sus influencias atienden a la naturaleza de su ciudad natal. Valparaíso está lleno de mixturas interesantes que crean una atmósfera única en el mundo. Con la condición de puerto, sus hijos se crían entre los sonidos de la época y lo que los forasteros traen.
Nuestro tiempo no tiene coyunturas concretas, como la era de la dictadura para el Nuevo Canto. Esta vuelta al renacer en el ámbito musical viene en pos de la conciencia social para con lo que hoy llamamos progreso. Esa es la razón a protestar.
No es una generación, ni un movimiento, sólo son artistas que buscan entregar una identidad a la música que grandes autores crearon. Creativos, audaces, sensibles, pero por sobre todo talentosos. El mismo Fernando Ubiergo lo dijo en el Festival de Viña del 2008: “ésta es una generación de nuevos trovadores chilenos entre los que están las nuevas Violetas y los nuevos Víctor”. Si ya lo encontramos, ¡Bienvenidos entonces, al escenario musical!
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