Valparaíso, Patrimonio de la Humanidad, alberga uno de los clubes más antiguos del fútbol profesional, Santiago Wanderers. El verdadero “decano” del deporte chileno, alberga a la hinchada más antigua del fútbol chileno. Siguiéndolos hasta el interior de la región, me di cuenta del lado oculto del futbol chileno, del cómo se vive el partido cuando uno no lo ve desde la TV.
Por Sebastián Lago.
“Compadre, el ‘Panzer’ es pura pasión”. Era una frase que mi compadre y amigo, Diego, siempre me repetía a la hora de conversar de fútbol. Y es que mis conocimientos sobre el deporte más popular y masivo del país, la verdad, son mínimos. Cuando era un niño – y como todos los infantes casi – solía jugar a la “pichanga” en el colegio. No pateaba mal, recuerdo, y la verdad es que me entretenía harto chuteando el balón y viendo los partidos del Colo Colo por la TV.
Sin embargo, los gustos, a medida que uno va creciendo, van cambiando. Y a pesar de que si bien, la mayoría de mis amigos del colegio siguieron jugando a la pelota y discutiendo sobre si era mejor la Universidad Católica o la Universidad de Chile, mi empatía con el balompié fue decayendo por diversos factores. Uno de los principales fue la música, de niño me convertí en un abnegado y obstinado drogadicto del crudo sonido del rock. Del mismo modo en que “El Panzer” o “La Garra Blanca” eran pasión para unos, para mí unos acordes en quinta con mucha distorsión me hacían (y siguen haciendo) perder la conciencia.
Mi regreso a los pastos de un estadio fue de la mano de mi compadre Diego, metalero como yo, pero ‘panzer’ de corazón. Cuando le comenté que quería ir a ver un partido, me dijo “vamos a matar huasos a Quillota”. No pude decirle que no, realmente se veía interesante. Otro de los motivos que me alejaron del fútbol y me limitaron solo a leerlo por la prensa, eran las barras. La hinchada, para mí resultaba ser una serie de – muchas veces – delincuentes en potencia. Y es que el sinónimo de clásico en Sausalito o Playa Ancha, no es más que un caos en las calles aledañas a los recintos deportivos. “Relax compadre, si el panzer es una familia”, me decía el Diego cuando me hablaba de sus amigos de la galería. Me costaba creerle que eran personas como yo, pero con la “ché” (más conocido como el acento característico “flaite”) bien – a veces demasiado pronunciada -.
El Viaje
El duelo contra San Luis de Quillota, no era nada del otro mundo, lo peor pasó en el súper clásico con Everton, en el estadio Sausalito. Así que ahora lo interesante del duelo con los canarios sería el lugar: El Estado Bicentenario Lucio Fariña. Los caturros querían conocer el estadio quillotano y admirar – por 90 minutos – lo que, esperan, en algunos años pueda concretarse para el puerto. Pocos minutos nos separaron de Valparaíso y Quillota viajando por el Troncal Sur. No nos fuimos en micro ni en metro porque no había nada de interesante según el Diego. Todos se irían por su cuenta y valía la pena poner un poco más de dinero y viajar cómodos y rápidos hacia el interior de la región.
Viajar con wanderinos (donde solo conoces a uno) en el auto prestado de tu papá es genial. Aunque al comienzo debo reconocer que fui un poco tímido con la presencia marcada de los chascones, los cuales, realmente no recuerdo sus nombres. Uno era chascón como yo y parecía Jesucristo, además le faltaba un diente. El otro era gordito y bajo y tenía cara de simpático y el tercero era uno gordito y chico, más entrado en edad. Me saludaron, entramos al auto y al instante sacaron una bandera grande con el logotipo de Santiago Wanderers, con la cual tranquilamente, nos dirigimos a Viña del Mar a para salir a la autopista.
Andar por la Ciudad Jardín, cuna del archi enemigo del denominado “decano”, con una bandera del Wanderers en un auto, pintado por dentro de verde con las camisetas, fue realmente divertido. Y es que en la región el fútbol es un asunto que se toman muy enserio. Perdí la cuenta de cuantos bocinazos recibí y tuve que dar desde la Avenida España, en Valparaíso, hasta entrar a la autopista.
Cargamos 15 mil pesos en bencina, suficiente para andar tranquilos, sin miedo a quedar estancados. El bombero de la Shell, curiosamente, era wanderino y se alegró tanto al vernos, según él “tan jóvenes y comprometidos” con el equipo de sus amores, que nos regaló periódicos para leer en el camino y limpió los vidrios con muy buena voluntad, además de prestarnos el baño y darnos consejos sobre cómo llegar a Quillota.
El estigma del “flaite wanderino”, confieso que al menos en el auto, se me fue eliminando de a poco. Uno de los chicos era profesor de una escuela para sordomudos, otro estudió Ingeniería Civil Industrial en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, pero tuvo que congelar por problemas económicos y el tercero (el más viejo) trabajaba para mantener a su familia (aunque ese día faltó para ver a su equipo).
Llegando a Quillota tras un paso fugaz por dos pequeños peajes, me llamó demasiado la atención ver, en un pueblo con una arraigada pasión a su equipo local, que dos choferes de vehículos particulares nos saludaran y gritaran “Grande Wanderers”. Uno de ellos era un porteño que buscaba mejores oportunidades en aquella localidad. “Estay haciendo patria weón” le gritó uno de mis invitados en el asiento trasero. Realmente se respiraba aire de fútbol.
Llegamos al estadio, pasamos el control policial, que fue muy tranquilo en comparación a un par de experiencias en mi niñez, posterior a eso nos dirigimos a la popularmente denominada “galucha”. Un hermoso estadio bicentenario, con bancas amarillas, desaparecía ante un mar verde que inundaba cada rincón existente. Me costaba creer que había más hinchas de Santiago Wanderers que del mismo equipo local, San Luis.
El Encuentro
El partido que me tocó vivir, fue simplemente emocionante. Un primer tiempo empatados a dos, con mucha adrenalina y acción y un segundo tiempo marcado por la euforia. Dos expulsiones, un mar de tarjetas amarillas, etc. Nada que decir, realmente, confesaré que durante los primeros minutos sólo observaba al público y el partido, lo hacía tranquilo, en silencio, tal como si lo viera desde mi casa. Sin embargo al segundo gol del encuentro era un hincha más, insultando al árbitro y sacándole todos los parientes posibles a los queridos “huasos”.
“Éste es el panzer po hermano” me decía el Diego, mientras yo no podía evitar gritar “Gol, conchetumadre”, envuelto en una indómita alegría y gritando hasta el alma al ver como el equipo de mi puerto estaba ganando, a duras cuestas, pero haciendo un buen partido en la ciudad de Quillota. Realmente la barra caturra es una familia. Recuerdo haber estado al lado de un matrimonio, donde la “tía”, no hacía más que celebrar conmigo cada gol, cada tiro, cada pase ejecutado, junto con sufrir cada falta y cada sanción impuesta por el árbitro.
La barra de Santiago Wanderers es muy unida, tiene cánticos muy interesantes y que llaman mucho la atención. Es muy orgullosa de ser la primera existente en Chile y llevar el apodo de “decanos”, además de ser la más antigua, es la más unida. El único aspecto negativo que esta forma de asociación de fanáticos del fútbol tiene, fue ver un grupo chico de niños, de no más de 10 años, fumando marihuana y cigarros. Cabros chicos “choros del puerto” que creen que con actitudes agrandadas llegarán lejos en esta vida.
Estos mismos niños, en medio del partido, se subieron a una tarima para ver el partido mejor, sin embargo, desde la dirección del estadio (y por los alto parlantes) les pidieron que por favor se bajaran, sino el partido se detendría. Al comienzo pensé que la barra se manifestaría en contra de esta medida, sin embargo, para bien de todos, no fue así y los mismos caturros más grandes fueron los que invitaban a estos pequeños cizarros a bajarse. Aunque más de una vez escuché de boca de estos imberbes el típico “y qué wea”.
En el segundo tiempo se vivió uno de los momentos más tensos. Y fue cuando expulsaron al arquero de Santiago Wanderers, por empujar a un delantero a la hora de salir a achicar un tiro de gol. El guardameta fue sustituido, aunque la presión en equipo y el poco ánimo en la barra al estar perdiendo 3-2 y con un jugador menos no se hicieron sentir. No obstante, todo cambia cuando el gol del penal, derivado de esta expulsión, fue anulado por el árbitro debido a una “invasión del área” por parte del equipo canario. No hay palabra para explicar cómo esta acción ocurría arriba, en las tribunas. Y es que la pasión y el sentimiento, la catarsis pura que se vivía en un partido que no tenía términos medios, sino que vivía polarizado entre el amor y el odio, no tenía límites.
Y como si fuese peor, para contribuir aún más a este sentimiento tan fuerte que produjo tan emocionante encuentro, el penal fue atajado por el arquero porteño, produciéndose la esperanza más fuerte del momento: aún quedaba una opción de empatar. Dicho y hecho fue así y se podía escuchar, cómo más abajo, en la barra, se decían en voz baja“a ratonear con el 3 a 3 no más”.
Para colmo, y con la buena suerte que tuve, para encontrarme con un partido tan emocionante – en pleno minuto 43 del segundo tiempo, empatados a 3, Santiago Wanderers, casi en cámara lenta, marca el gol que le dará la victoria. El estado parecía venirse abajo, la alegría era demasiada, yo realmente ya era un wanderino más a esa altura. Por la cresta, ¡qué sentimiento más fuerte es el de terminar un partido así!, con la vibración durante los 90 minutos.
Volviendo a casa
Terminado el encuentro y tras sacar el auto de los estacionamientos, junto con las típicas fotos junto a la gallada que asistió al evento y que no paraba de insultar a la barra canaria, nos dispusimos a abandonar Quillota. Carabineros decidió que los porteños dejáramos el recinto primero, para evitar encuentros entre barras, que generalmente nunca terminan bien.
Salimos del estadio y mis amigos no paraban de insultar a cuanto “huaso” pasara por la calle. Al comienzo estaba preocupado porque tenía miedo que me lanzaran alguna piedra al vidrio del parabrisas, pero gracias a Dios no fue el caso. Abandonamos la ciudad rápido y en poco menos de una hora llegamos a Valparaíso.
“Seba, vamos por unas pilsens y unas chiquillas”, me invitaban quienes eran ahora verdaderos camaradas de guerra. “No gracias, estoy conduciendo y tengo compromiso a la noche” contesté, no sin intercambiar un par de correos y quedar esperando el envío de algunas fotos que nos sacaron para el archivo personal.
Al llegar a casa y revisar mi cuenta de twitter, subiendo un par de fotos sobre el agitado encuentro el día, me doy cuenta que algunos conocidos, fanáticos totales del fútbol de liguilla, me dejaron algunos mensajes que citaban: “Si el Sebastián, después de tamaño partidazo, no decide regresar a un estadio, no sé qué lo podrá hacer”, decía mi compadre Rodrigo Vega. Otro ‘twitteo’ de cierta compañera de curso, también seguidora del balompié citaba “El Seba es muy putita para volver a un estadio jajaja”.
En fin, al día siguiente del encuentro se conecta el Diego al chat del Messenger y me comenta un poco cómo fue la celebración del poderoso 4-3 con el que Santiago Wanderers derrotó a San Luis de Quillota, en su propia casa. “Tengo la media caña”, me contaba mi compadre, agregando que le caí bien a sus compañeros caturros y que ninguno notó que estudiaba periodismo, sino que sólo pensaron que era un wanderino sin cultura de estadios.
“Te bautizaron como Rush, porque según ellos eres igual al vocalista de la banda Rush”, me decía también el Diego, mientras me reía al escuchar aquella comparación con una de las bandas insignes del Rock Progresivo y verdaderos padres de muchos conjuntos que ahora escucho. “Al menos no me pusieron Leo Rey” le comenté entre risas.
“Los cabros quedaron contentos y quieren invitarte a seguir yendo al estadio para cuando hayan partidos fuera de la ciudad pero dentro de la región, así nos vamos en el auto más tranquilos” me comenta mi amigo, a lo que le respondo que le avisaré con el tiempo. Me gustó mucho la experiencia pero no sé si esté dispuesto a volver a ir a un estadio por mero gusto personal. El fútbol no es aburrido cuando lo sabes vivir, pero – realmente – te tiene que gustar.
En resumidas cuentas, me quedo con la experiencia de conocer una barra que – por el encuentro al que asistí – es una de las más fervientes que puedo llegar a visualizar. Y es que ser hincha de un equipo de provincia es distinto a ser de un equipo de Santiago, donde muchas veces la identificación es una mera moda. En cambio, en regiones, sientes de verdad una relación entre club y ciudad.
El fútbol chileno es muy rico en experiencias y son estos grupos sociales los que se caracterizan por su tan particular pasión. El hincha de un equipo deportivo es el ciego espectador de un show, pero a la vez y como dice la frase “en las buenas y en las malas”, también es el hombre más feliz del mundo cuando ve al equipo de sus amores jugar…. Y jugar bien.