Por Alger Montenegro.- No es un secreto que las ciudades chilenas son poco amigables con las personas discapacitadas. Es por esto que decidí experimentar lo que vive diariamente alguien que tiene movilidad reducida al circular en una zona urbana. A pesar de que esperaba ciertos resultados, me sorprendí, pero de mala forma…
Aquella mañana cuando me levanté con las muletas pude dimensionar lo complejo que sería caminar. El pequeño trayecto desde mi cama al baño se me hizo eterno. Prepararme el desayuno, darle el alimento y el agua a mi mascota o buscar objetos fue complicado. Me demoraba el doble al andar por mi casa..
Mi plan tenía ambición: era ir desde mi hogar hasta el centro de Viña a tomar el bus de acercamiento de la universidad, ir a clases hasta Curauma, luego bajar a Valparaíso y finalmente comprar en el supermercado.
Solo las personas más cercanas sabían mi desafío.
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En los días previos descubrí que el soporte para mi pierna se llama bastón ortopédico y no muleta. Elegí solo uno por la dificultad que tendría para moverme. Jamás lo había usado y aunque practiqué, pensé que sería peligroso tomar ese riesgo.
A tomar la micro
Salí de mi casa diez minutos antes de lo habitual. Fue difícil, porque vivo en un sector de Agua Santa en el que hay muchas bajadas y subidas para llegar al paradero.
Cuando arribó el microbús, subí apenas, porque nadie me ofreció ayuda, a pesar de que había más personas detrás de mí. Lo peor vino de parte del chofer.
—Apúrate que estás haciendo fila —señaló el conductor de la línea 403.
—Hago lo que puedo, caballero —le respondí.
Pagué mi pasaje y busqué algún asiento disponible. Estaban todos ocupados. En los preferenciales había jóvenes y no me cedieron el lugar, a pesar de verme subir con el bastón.
El bus iba muy rápido y cada cierto trecho frenaba bruscamente, por lo que tenía que aplicar una habilidad espectacular para no salir volando, dado que me debía sostener y al mismo tiempo sujetar el bastón-muleta. Varias veces caí encima de algunos pasajeros.
Cuando llegué al paradero estaba Josefina Schifferli esperándome.
Una pequeña esperanza
Cuando íbamos en dirección al transfer, estaba agotado por el esfuerzo con la pierna. Me detuve en un poste y, en ese momento, apareció una señora, que ofreció su ayuda para llevarme: Me dijo que me apoyara en su hombro.
Mi fatiga era evidente, por lo que teníamos que parar de vez en cuando.
—¿Qué te pasó en la pierna? —preguntó con tono amable.
—Pisé mal en una escalera y me esguincé el pie —le dije un poco nervioso.
Una difícil…/3
Luego de eso, me dejó en la puerta del bus y le dijo al chofer que tuviera cuidado conmigo. Debo admitir que sin su auxilio no habría llegado a tiempo.
A veces olvidaba que no tenía que apoyar el pie lesionado.
Autora: Josefina Schifferli.
Moviéndome por la universidad
El Campus Curauma está ubicado lejos de mi casa. Sumado a ello, hay muchas escaleras por toda el área. Con el pie inmovilizado las distancias se me hacían eternas, incluso el pequeño trayecto entre el paradero y el aulario era un martirio.
Cuando iba caminando, me encontré con mi compañera Rachel Gallardo, quien me preguntó qué me había pasado y luego se acordó del reportaje testimonial. Se reía cuando me veía con el bastón.
Me percaté de que mucha gente está confundida con la forma de usar el bastón ortopédico. Algunos piensan que se utiliza en la misma pierna dañada y otros en la contraria. Los últimos tienen razón.
En ese momento tenía clases con Rodrigo Araya. Fue inútil tratar de engañarlo, porque inmediatamente me descubrió y preguntó si era un trabajo para Soledad Vargas. No pude mentir y me delaté a mí mismo, por lo que estuvo molestándome todo el bloque con el asunto.
Al momento de salir noté que mi pierna derecha (la que sostenía todo el peso) estaba muy cansada. Mis amigas y amigos iban más rápido que yo, lo que me frustraba un poco.
En ese momento me cuestioné seriamente si seguir o no con la caracterización.
¿Abortar la misión?
Me dirigí al transfer para bajar a Valparaíso. Mientras iba caminando pensaba lo difícil que sería. Aparte de no querer seguir, no sabía si mi cuerpo me acompañaría.
Al llegar a la pasarela de Placilla me decidí a no continuar. Estaba exhausto y era peligroso usar las micros que bajan al Puerto. Además, había comprobado mi tesis inicial y lo que viví me servía para escribir.
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Según el Servicio Nacional de la Discapacidad (Senadis) y el informe anual del 2017 elaborado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), en Chile existen 2.836.818 personas con algún grado de discapacidad, lo que equivale al 16,7% de la población nacional. Esto refleja la realidad de muchos habitantes de nuestro país.
En la práctica pude darme cuenta de que la hipótesis que tenía en un principio era cierta. Fue muy difícil movilizarme por el área urbana. Esto se evidencia en la poca adaptación de las ciudades a quienes tienen movilidad reducida, desde el transporte público hasta la construcción de las calles y ubicación de las universidades, lugares de trabajo, zonas residenciales, etc.
Sumado a eso, el comportamiento de las personas deja bastante que desear. En eventos como la Teletón mucha gente se admira del dinero que dona a la institución, pero en el día a día no son capaces de cederle el asiento a alguien que lo necesita.
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Aún falta mucho por avanzar en Chile, tanto en políticas públicas, como en la concientización de la población respecto a los discapacitados. Asimismo, es un llamado de atención al Gobierno para que se preocupe de diseñar ciudades más amigables y que los ciudadanos presten su ayuda a gente que lo necesite.