Por Paulina Marín.- Siempre he creído que vivimos en una sociedad marginadora, pero nunca fui víctima de alguna situación así. Es por esta razón que quise comprobar la discriminación existente en nuestro país. Para eso, simulé estar embarazada y caminé de la mano de una mujer por las calles de Viña del Mar y por las de la Joya del Pacífico
Tenía en mente que algo iba a suceder. Sinceramente, pensaba que quienes harían o dirían algo, serían personas de la tercera edad. Cuando les conté a mis amigos lo que iba a hacer, me dijeron “qué miedo”, “ten cuidado”.
Una amiga, quien ha sido víctima de insultos, me comentó algunos sucesos por los que ha pasado. Si bien nunca la han agredido físicamente, me comentó que hay veces en que las palabras pueden herir mucho más que un golpe.
-Te van a matar- dijo en tono de broma.
-Espero que no pase nada- le contesté.
Lo que dijo me dejó pensando. Tal vez ella lo decía con un tono humorístico, pero no ha sido un chiste la muerte de personas por el simple hecho de ser homosexuales. Es por ellos que esta experiencia la hice con mucho respeto. A una semana de llevar a cabo el reportaje, solo imaginaba que mi trabajo era caminar y ver las reacciones de las personas.
Antes de realizar la vivencia, investigué de la discriminación homosexual en nuestro país. Llegué al XVI Informe Anual de los Derechos Humanos de la Diversidad sexual y género en Chile (hechos 2017). Según este documento, el año pasado fueron 484 situaciones de marginación en contra de las personas de la comunidad LGBT (lesbiana, gay, bisexuales y transexuales).
Miradas e impotencia
Para simular el vientre de embarazada, compré una esponja y conseguí una faja, la que me ayudó a darle forma al estómago y afirmar el relleno. Me dirigí a la casa de mi amiga, quien será mi pareja. Entré a ese departamento siendo una persona que tiene planeado tener un hijo dentro de muchos años y salí con una panza de aproximadamente cinco meses de embarazo. No tenía nervios. La verdad es que nunca los sentí, solo tenía curiosidad por ver cómo resultaría.
Tomamos locomoción para ir al centro. Pagué escolar y pensé que recibiría algún gesto del chofer, pero pareció no importarle. Desde que nos bajamos de la micro en la Plaza de Viña con dirección a Calle Valparaíso, empecé a ser no solamente una embarazada, sino que también lesbiana, ya que nuestras manos se unieron.
Había pasado media hora desde que iniciamos el trayecto y comencé a observar cómo las personas nos miraban extrañamente. Al principio creía que podría ser que les llamara la atención que una niña tan joven estuviera embarazada, pero luego me di cuenta que el recorrido de sus ojos era mirar el vientre y luego nuestras manos entrelazadas. Después de hacer lo anterior, el rostro de quienes nos contemplaban cambiaba completamente a una cara de asombro e incluso disgusto. Me sentía muy observada y eso no me agradó.
Ya llevábamos aproximadamente una hora caminando y no habíamos recibido ningún tipo de comentario. Es por eso que creo que el momento más crítico que viví fue cuando ya estábamos por terminar nuestra salida. Íbamos cruzando la calle y escuché un ¡tsha!, expresión que interpreto como un “embarazada y más encima lesbiana, no lo puedo creer”.
Al terminar la vivencia sentía impotencia. No encontraba la razón por la que gente, que ni siquiera conozco, se atrevía a insultarme o mirarme con desprecio. Estaban criticando mi vida privada y eso me generó mucha molestia.
La boca del error
Caminamos por la calle Pedro Montt hasta llegar a la Plaza Victoria. La verdad es que el cambio de localidad no fue tan grande. Creo que la gran diferencia que pude percibir es que en esta ciudad sí recibí más comentarios, y esta vez, proveían de personas de la tercera edad, sobre todo hombres. En ambos lugares, la gente se daba vuelta a mirarnos, como si algo les hubiese llamado la atención.

Buscando la prenda ideal. Autor: C.S.
Entré a la feria artesanal ubicada en el ex Teatro Imperio. Hice algunas compras y percaté algunas miradas raras. Al salir del lugar pasamos por al lado de un hombre y una mujer que rondaban los 60 años. Cuando íbamos en dirección a ellos, logré captar la impresión que les dio vernos. Apenas pasamos por al lado de la pareja, alcancé a escuchar la conversación.
-En lo que desperdician la vida- dijo el caballero.
-Sí, la juventud de hoy en día- respondió la señora.
No sé si referían al hecho de estar embarazada o por ser lesbiana. De todas formas, me sentí totalmente criticada. Nos dirigimos a la Plaza Victoria. Fue aquí donde me sentí más incómoda. Las personas no tenían escrúpulos para decir comentarios discriminatorios, insultos que me hicieron sentir un sujeto totalmente vulnerable ante la sociedad.
¿Por qué critican lo que soy?
Me llamó profundamente la atención que la mayor parte de las personas que hacían gestos raros al darse cuenta de lo que estaba al frente de su vista, eran mujeres entre 40 y 50 años. Absolutamente todo lo contrario a lo que tenía pensado.
En cambio, quienes se atrevieron a decirme insultos, aunque no directamente, fueron hombres. Además, pude percibir que ellos apartaban la mirada cuando nos íbamos a cruzar de frente. Sin embargo, apenas pasaban por al lado de nosotras, se daban vuelta a mirarnos.
Fue inevitable pensar en cómo se sentían las personas que sí son homosexuales y que día a día tienen que vivir con miradas e insultos. Vivimos en una sociedad altamente discriminatoria. Trabajar para que esto cambie es esencial para poder vivir en un país igualitario y justo con aquellos que tienen intereses distintos a lo que se tiene normalizado. Si esto no ocurre, la convivencia entre las personas siempre será un desafío, el que puede terminar en una constante lucha.
Experimenté la discriminación en carne propia. Nunca me había sentido tan menospreciada y criticada. Lo peor de todo es que la gente que miraba mal o que me insultaba, eran personas externas a mí, que nunca en mi vida había visto y que lo más probable es que nunca más las vuelva a ver.