\ Escrito el 04/10/2020 \ por \ en Artículos, Destacados \ con 874 Visitas

Viajando en medio del estallido: recuerdos de hace un año

Por Diego Álvarez.- 12 de octubre. Nuestros padres no podían ocultar su alegría cuando mi hermano Pablo les contó que los visitaría el próximo finde. Desde que comenzó su residencia de neurocirugía en el Hospital Carlos Van Buren de Valparaíso, los largos turnos junto con la carga académica que conlleva su especialización habían hecho que las oportunidades para que mis padres lo vieran fueran cada vez más esporádicas.
Él también me había invitado a mí para que viajáramos juntos, pero tardé en decidir por estar ocupado con la U. Ya pasada la noche del jueves y más relajado acepté. Nos reunimos esa tarde en su departamento y tomamos once mientras veíamos las noticias de la TV sobre los desmanes en Santiago. “Las protestas del metro estaban buenas, pero esto ya es mucho. Seguro esta cuestión va a terminar luego” dijo entre sorbos de su té.
Caminamos desde su céntrico departamento hasta el terminal de buses un poco después de las 22 horas. Las calles se hallaban vacías, con una tranquilidad solo interrumpida por el pasar de las úultimas micros y el relato de mi hermano sobre el estresante turno del día anterior.
Una vez sentados en el bus , ambos nos quedamos dormidos mirando por la ventana la quietud nocturna de las calles. Una quietud que no duraría mucho.
***
Nuestra madre durmió pésimo esa noche. Pasó toda la tarde viendo por televisión cóomo las manifestaciones se agravaban y temía que le pasara algo a nuestro bus. Todo ese temor se disipó una vez que llegamos a La Serena . Con un entusiasta “¡Hola!”, unos fuertes abrazos y un desayuno a las 5 AM celebramos el estar reunidos una vez más como familia.
Estábamos felices por estar juntos de nuevo, pero la preocupación por la situación del país se colaba entre esa alegría. Durante el sábado muchas de nuestras conversaciones eran interrumpidas por alguna noticia relacionada a lo que pasaba en Valpo. Teníamos pasajes para volver al día siguiente, pero estos fueron cancelados.
De los cuatro, Pablo fue el que se mantuvo más tranquilo durante el fin de semana. Pero al enterarse de esto, sus ánimos cambiaron.
El lunes tenía un caso especial que operar: una niña de diez años con un tumor cerebral. Su estado de salud no era tan grave como el de otros pacientes que había operado antes, pero la niña llevaba más de un año esperando esa operación y el tumor amenazaba con comprometer su sistema neurológico. Si se ausentaba, la cirugía podía posponerse una vez más.
Nuestros padres tomaron la decisión de ir a dejarlo allá en auto. A mí no me parecía seguro, pero era lo único que se podía hacer para que mi hermano no faltara a sus funciones. Me llevaron con ellos, bajo la errónea percepción de que tendría que volver a clases pronto.
***
El camino estuvo tranquilo. Esta calma se contrastaba con el tenso ambiente dentro del auto: el temor de nuestros padres por lo que se podían encontrar en el destino y el de mi hermano por no llegar a su trabajo al día siguiente.
Habiendo llegado a la conurbación Valpo-Viña, el auto gris de la familia dejó la carretera costera de Av. España para adentrarse en Av. Argentina. Esa calle normalmente repleta de público, con sus vías congestionadas por trolebuses y micros que pueden llevarte a cada rincón de la región.
La escena en este día particular era diferente: aún estaba repleta de gente, pero los buses eran reemplazados por carros de la fuerza policial. Un taxi colectivo rápidamente retrocedía para evitar meterse en la batalla entre manifestantes y carabineros desarrollándose una cuadra más allá.
Bajo las frenéticas instrucciones de mi hermano, nuestro padre retrocedió y dobló por Av. Brasil. Allí centenares de jóvenes encapuchados deambulaban por la calle y gritaban consignas expresando su descontento con el estado del país.
El objetivo era tratar de llegar a Hontaneda sin incidentes. Doblamos a Av. Francia. Un centenar de manifestantes corría hacia todos lados y un policía disparaba balines a solo un metro de nosotros, a un ángulo que pone en duda si realmente seguía protocolos. Nuestra madre sacó su celular para registrar el caos, pero mi hermano hizo que lo guardara porque “la gente pensará que andamos sapeando.”
Diez minutos pasarían antes de llegar al destino final. Todos nos echamos en el sofá de mi hermano, con el ruido de disparos y manifestaciones retumbando dentro del hogar. Pablo se dirigió a mi padre.
“¿Están seguros de que se quieren devolver hoy mismo?”

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